jueves, 29 de diciembre de 2011

BESTEZUELAS NOCTURNAS


Hoy os dejo un poema de Lovecraft extraido de su obra Hongos de Yuggoth (1929),cuyo título lo dice todo.


BESTEZUELAS NOCTURNAS

No sabría decir de qué criptas salen arrastrándose,
Pero cada noche veo esas criaturas viscosas,
Negras, cornudas y descarnadas, con alas membranosas
Y colas que ostentan la barba bífida del infierno.
Llegan en legiones traídas por el viento del Norte
Con garras obscenas que cosquillean y escuecen,
Y me agarran y me llevan en viajes monstruosos
A mundos grises ocultos en el fondo del pozo de las pesadillas.

Pasan rozando los picos dentados de Thok
Sin hacer el menor caso de mis gritos ahogados,
Y descienden por los abismos inferiores hasta ese lago inmundo
Donde los shoggoths henchidos chapotean en un sueño dudoso.
Pero ¡ay! ¡Si al menos hicieran algún ruido
O tuvieran una cara donde se suele tener!

viernes, 23 de diciembre de 2011

MYTHOSCON 2011



Entre el 6 y el 9 de enero de 2011 se celebró en Phoenix,Arizona, EE.UU., la MythosCon, una convención de fans y seguidores de la vida y la obra de Lovecraft.En este evento se reunieron centenares de escritores,artistas, músicos y seguidores de Lovecraft para exhibir un sinfín de obras(ensayos, relatos, cortometrajes,cuadros,etc)relacionados con el autor de Providence.Hubo conferencias como la titulada Those Who Influenced and/or inspired Lovecraft (Los que se influenciaron o inspiraron a Lovecraft)en la que se analizaron los autores que inspiraron a Lovecraft,como Poe,Dunsany,Machen y otros;lecturas de obras;una visita virtual a la Nueva Inglaterra de la época;el desayuno de oración a Cthulhu a cargo del sumo sacerdote Robert M.Price(n.1954)-un teólogo y escritor estadounidense que ha escrito varias obras sobre los Mitos de Cthulhu y edita la revista Crypt of Cthulhu-,otra conferencia sobre los autores del círculo de Lovecraft,etc. La próxima convención se espera celebrar entre 2012 y 2013.Aquí tenéis el enlace a la web oficial,donde se puede consultar el programa completo: https://mythoscon.org/ Y aquí un video con Robert M. Price y Cody Goodfellow hablando en una conferencia.

CORRESPONSALES DE LOVECRAFT



Como bien se sabe, Lovecraft fue un prolífico escritor de cartas;no en vano, algunos estiman que escribió más de cien mil misivas.Aquí os dejo una lista alfabética de personas que recibieron cartas de Lovecraft o mantuvieron una correspondencia ordinaria con él.
William Frederick Anger (n. 1921)
Edwin Baird (1886-1957)
Editor de Weird Tales desde su creación en 1923 hasta los primeros meses de 1924.
F. Lee Baldwin (1913-1987)
Robert Hayward Barlow (1918-1951)
Escritor y colaborador de Lovecraft.
W. G. Bautz
Zealia Brown Reed Bishop(1897-1968)
Escritora.
Robert Bloch (1917-1994)
Escritor y autor de la famosa obra Psicosis.
Sra. Marion F. Bonner.
Hyman Bradofsky (n. 1906)
Harry K. Brobst (n. 1909)
Reverendo David Van Bush (1882-1959)
Lillian D. Clark (1856-1932)
Walter John Coates (1880-1941)
Edward H. Cole (1892-1966)
Willis Conover, Jr. (1921-1996)
Adolphe de Castro (1859-1959)
Escritor y colaborador de Lovecraft.
August William Derleth (1909-1971)
Co-fundador, junto con Donald Wandrei, de Arkham House y escritor.
Bernard Austin Dwyer (1897-1943)
Harold S. Farnese (1885-1945)
Virgil Finlay (1914-1971)
Dibujante e ilustrador.
Nils H. Frome (1918-1962)
Alfred Galpin (1901-1983)
Annie Phillips Gamwell (1866-1941)
Hazel Heald (1896-1961)
Escritor y colaborador de Lovecraft.
Robert E. Howard (1906-1936)
Creador de Conan y escritor.
Winifred Virginia Jackson (1876-1959)
Carl Jacobi (n. 1908)
Rheinhart Kleiner (1892-1949)
Herman C. Koenig (1893-1959)
Henry Kuttner (1914-1958)
Escritor.
Fritz Leiber, Jr. (1910-1992)
Escritor.
Frank Belknap Long (1901-1994)
Escritor y colaborador de Lovecraft.
Sarah Susan Phillips Lovecraft (1857-1921)
La madre del escritor.
Samuel Loveman (1887-1976)
William Lumley (1880-1960)
Escritor.
Maurice W. Moe (1882-1940)
C. L. Moore (1911-1987)
Escritor.
Richard Ely Morse (1909-1986)
James F. Morton (1870-1941)
E.Hoffman Price (1898-1989)
Escritor.
Anne Tillery Renshaw.
Duane W. Rimel (n. 1915)
Richard F. Searight (1902-1975)
Joseph Vernon Shea (1912-1981)
Clark Ashton Smith (1893-1961)
Escritor y colaborador de Lovecraft.
Vicente Starrett (1886-1974)
Kenneth Sterling (1920-1995)
Escritor y amigo de Lovecraft.
Miss Helen V. Sully (n. 1905)
Miss Margaret Sylvester(n. 1918)
Wilfred Blanch Talman (1904-1986)
Miss Elizabeth Toldridge (1861-1940)
Frank Utpatel (n. 1908)
Donald Wandrei (1908-1987)
Escritor,editor y amigo de Lovecraft.
Howard Wandrei (1909-1956)
Hermano del anterior.
John J. Weir
Farnsworth Wright (1888-1940)
Editor de Weird Tales desde 1924 hasta 1940.

MISTERIOS DEL TIEMPO Y EL ESPÍRITU



Mysteries of Time and Spirit: The Letters of H.P. Lovecraft and Donald Wandrei(Misterios del tiempo y el espíritu:Cartas de Lovecraft y Donald Wandrei)es un libro publicado en EE.UU. en 2003,editado por S.T. Joshi y David E. Schultz, que recoge una selección de la correspondencia mantenida entre ambas personas.La obra contiene una introducción, de la que he extraido un fragmento,un glosario de nombres más citados y una bibliografía.Aquí os dejo una parte de la introducción:
Somos afortunados de tener la correspondencia de Lovecraft-Wandrei casi completa, tal como es. Parece que Wandrei conservó prácticamente todas las cartas o tarjetas postales que recibió de Lovecraft. Por parte de Lovecraft, que conserva casi todas las misivas de Wandrei durante los primeros años de su relación, a medida que sus cartas se convirtieron en relativamente poco frecuentes en la década de 1930, no impidió que siguiera enviando las misivas a Wandrei de manera consistente. (Es un poco angustioso ver que la última carta de Wandrei está fechada dos días después de la muerte de Lovecraft, el 15 de marzo de 1937-al parecer, la primera carta que Wandrei había escrito a Lovecraft en tres meses.) Lo que se revela en estas cartas-más allá de la multitud de detalles sobre la vida de cada autor y el trabajo, las discusiones de ciencia ficción clásica y contemporánea, relatos de viajes y un modo de conocerse mutuamente y conocer el progreso de las obras literarias de cada autor,- el trabajo es la maduración paralela de ambos,Lovecraft y Wandrei,a lo largo de más de una década de vida y escritura, y los estrechos lazos intelectuales e imaginativos comunes forjados por las concepciones filosóficas, los lazos comunes de sus regiones de origen, y, por un tiempo, similares aspiraciones literarias. Aunque Wandrei visitó dos veces a Lovecraft en Providence en 1927 y 1932 y se reunió brevemente con él en Nueva York en varias ocasiones en la década de 1930, su relación se limitaba en gran medida al papel, pero a pesar de su carácter en ocasiones esporádicas, se mantuvo fuerte hasta el final. Lovecraft y Wandrei sabían que eran miembros de un círculo muy pequeño de visionarios cósmicos, y que cada uno requería el estímulo de los otros para mantener su perspectiva única en la literatura y la vida.

LOVECRAFT:UNA BIOGRAFÍA



El escritor estadounidense Lyon Sprague de Camp(1907-2000),especializado en cuentos de fantasía y de terror, publicó en 1975 el libro Lovecraft:una biografía,editado en español por Alfaguara y por Valdemar, una obra imprescindible para comprender al autor de Providence.El estudio biográfico de Sprague de Camp, definitivo a juicio de los especialistas en el autor y en la literatura de terror en general, nos revela a Lovecraft como un genio incapaz de luchar con el ritmo de su tiempo.Una fascinante semblanza del hombre cuya vida se convirtió en el espejo deformante de aquellos personajes que pueblan toda su onírica creación.El enfoque de Camp ha sido considerado sincero y juicioso por parte de algunos, y poco favorecedor y desequilibrado por los demás. Por ejemplo, criticó la actitud decididamente no comercial de Lovecraft en sus escritos, mientras que Lovecraft deliberadamente mantuvo la postura de que su escritura era para su propia diversión solamente. El libro fue nominado para el Premio Mundial de Fantasía, Premio Especial (Profesional)del año 1976.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

LAS RATAS DEL CEMENTERIO


Las Ratas del Cementerio (The Graveyard Rats) es un relato de terror del escritor norteamericano Henry Kuttner(1915-1958)publicado por la revista Weird Tales en 1936.El cuento nos narra la desdichada aventura de un saqueador de tumbas, quien comparte su fúnebre oficio con las ratas del cementerio de Salem; las cuales, dicho sea de paso, también adoran los cadáveres.Kuttner fue parte de aquel selecto grupo de escritores que colaboraron con la construcción póstuma de los Mitos de Cthulhu, incluso aportando pequeñas divinidades al panteón lovecraftiano, como Nyogtha, Lod y Vorvadoss.


El anciano Masson, guardián de uno de los más antiguos cementerios de Salem, mantenía una verdadera guerra con las ratas. Varias generaciones atrás, se había instalado en el cementerio una colonia de ratas enormes procedentes de los muelles. Cuando Masson asumió su cargo, tras la inexplicable desaparición del guardián anterior, decidió aniquilarlas. Al principio colocaba trampas y veneno cerca de sus madrigueras; más tarde, intentó exterminarlas a tiros. Pero todo fue inútil. Las ratas seguían allí.

Sus hordas voraces se multiplicaban, infestando el cementerio. Eran grandes, aun tratándose de la especie mus decumanus, cuyos ejemplares llegan a los treinta y cinco centímetros de largo sin contar la cola, pelada y gris. Masson las había visto grandes como gatos; y cuando los sepultureros descubrían alguna madriguera, comprobaban con asombro que por aquellas pútridas cavernas cabía tranquilamente el cuerpo de una hombre. Al parecer, los barcos que antaño atracaban en los ruinosos muelles de Salem debieron de transportar cargamentos muy extraños.

Masson se asombraba a veces de las proporciones enormes de estas madrigueras. Recordaba ciertos relatos fantásticos que había oído al llegar a la decrépita y embrujada ciudad de Salem. Eran relatos que hablaban de una vida embrionaria que persistía en la muerte, oculta en las perdidas madrigueras de la tierra. Ya habían pasado los tiempos en que Cotton Mather exterminara los cultos perversos y los ritos orgiásticos celebrados en honor de Hécate y de la siniestra Magna Mater. Pero todavía se alzaban las tenebrosas mansiones de torcidas buhardillas, de fachadas inclinadas y leprosas, en cuyos sótanos, según se decía, aún se ocultaban secretos blasfemos y se celebraban ritos que desafiaban tanto a la ley como a la cordura. Moviendo significativamente sus cabezas canosas, los viejos aseguraban que, en los antiguos cementerios de Salem, había bajo tierra cosas peores que gusanos y ratas.

En cuanto a estos roedores, Masson les tenía asco y respeto. Sabía el peligro que acechaba en sus dientes agudos y brillantes. Pero no comprendía el horror que los viejos sentían por las casas vacías, infestadas de ratas. Había escuchado rumores sobre criaturas espantosas que moraban en lo profundo, y que tenían poder sobre las ratas, a las que agrupaban en ejércitos disciplinados.

Según afirmaban los viejos, las ratas eran mensajeras entre este mundo y las cuevas que se abrían en las entrañas de la tierra. Y aún se decía que algunos cuerpos habían sido robados de las sepulturas con el fin de celebrar festines subterráneos. El mito del flautista de Hamelin era una leyenda que ocultaba, en forma alegórica, un horror impío; y según ellos, los negros abismos habían parido abortos infernales que jamás salieron a la luz del día.

Masson no hacía caso de estos relatos. No tenía trato con sus vecinos y, de hecho, hacía lo posible por mantener en secreto la existencia de las ratas. De conocerse el problema tal vez iniciasen una investigación, en cuyo caso tendrían que abrir muchas tumbas. Ciertamente hallarían ataúdes perforados y vacíos que atribuirían a la voracidad de las ratas. Pero descubrirían también algunos cuerpos con mutilaciones muy comprometedoras para Masson.

Los dientes postizos suelen hacerse de oro, y no se los extraen a uno cuando muere. La ropa, naturalmente, es diferente, porque la empresa de pompas fúnebres suele proporcionar un traje de paño sencillo, perfectamente reconocible después. Pero el oro no lo es. Además, Masson negociaba también con algunos estudiantes de medicina y médicos poco escrupulosos que necesitaban cadáveres sin importarles demasiado su procedencia. Hasta ese momento, Masson se las había arreglado para que no haya investigaciones. Negaba tajantemente la existencia de las ratas, aun cuando éstas le hubiesen arrebatado el botín. A Masson no le preocupaba lo que pudiera suceder con los cuerpos, después de haberlos saqueado, pero las ratas solían arrastrar el cadáver entero por un boquete que ellas mismas roían en el ataúd. El tamaño de aquellos agujeros lo asombraba. Curiosamente, las ratas horadaban siempre los ataúdes por uno de los extremos, y no por los lados. Parecía como si trabajasen bajo la dirección de algo dotado de inteligencia.

Ahora se encontraba ante una sepultura abierta. Acababa de quitar la última palada de tierra húmeda, y de arrojarla al montón que había formado a un lado. Desde hacía semanas no paraba de caer una llovizna fría y constante. El cementerio era un lodazal pegajoso, del que surgían las mojadas lápidas en formaciones irregulares. Las ratas se habían retirado a sus cubiles; no se veía ni una. Pero el rostro flaco de Masson reflejaba una sombra de inquietud. Había terminado de descubrir la tapa de un ataúd de madera. Hacía varios días que lo habían enterrado, pero Masson no se había atrevido a desenterrarlo antes. Los parientes del muerto aún visitaban su tumba, aun lloviendo. Pero a estas horas de la noche, no era fácil que vinieran, por mucho dolor y pena que sintiesen. Y con este pensamiento tranquilizador, se enderezó y echó a un lado la pala.

Desde la colina donde estaba el cementerio, se veían parpadear apenas las luces de Salem a través de la lluvia. Sacó la linterna del bolsillo. Apartó la pata y se inclinó a revisar los cierres de la caja. De repente, se quedó rígido. Bajo sus pies había notado un murmullo inquieto, como si algo arañara o se revolviera dentro. Por un momento, sintió una punzada de terror supersticioso, que pronto dio paso a una ira insensata, al comprender el significado de aquellos ruidos. ¡Las ratas se le habían adelantado otra vez!

En un rapto de cólera, arrancó los candados del ataúd, insertó la pala bajo la tapa e hizo palanca, hasta que pudo levantarla con las manos. Encendió la linterna y enfocó el interior del ataúd. La lluvia salpicaba el blanco tapizado de raso: estaba vacío. Masson percibió un movimiento furtivo en la cabecera de la caja y dirigió hacia allí la luz. El extremo del sarcófago había sido perforado, y el agujero comunicaba con una galería, aparentemente, pues en aquel momento desaparecía por allí un pie fláccido, inerte, enfundado en su correspondiente zapato. Masson comprendió que las ratas se le habían adelantado sólo unos instantes. Se agachó y agarró el zapato con todas sus fuerzas. La linterna cayó dentro del ataúd y se apagó de golpe. De un tirón, el zapato le fue arrancado de las manos en medio de una algarabía de chillidos agudos y excitados. Un momento después, había recuperado la linterna y la enfocaba por el agujero.

Era enorme. Tenía que serlo; de lo contrario, no habrían podido arrastrar el cadáver. Masson intentó imaginarse el tamaño de aquellas ratas capaces de tirar del cuerpo de un hombre. Llevaba su revólver cargado en el bolsillo, y esto le tranquilizaba. De haberse tratado del cadáver de una persona ordinaria, Masson habría abandonado su presa a las ratas, antes de aventurarse por aquella estrecha madriguera; pero recordó los gemelos de sus puños y el alfiler de su corbata, cuya perla debía ser indudablemente auténtica, y, sin pensarlo más, se enganchó la linterna al cinturón y se introdujo por el boquete. El acceso era angosto. Delante de sí, a la luz de la linterna, podía ver cómo las suelas de los zapatos seguían siendo arrastradas hacia el fondo del túnel. Trató de arrastrarse lo más rápido posible, pero había momentos en que apenas era capaz de avanzar, aprisionado entre aquellas estrechas paredes de tierra.

El aire se hacía irrespirable por el hedor del cadáver. Masson decidió que, si no lo alcanzaba en un minuto, regresaría. El terror empeza a agitarse en su imaginación, aunque la codicia le instaba a proseguir. Y prosiguió, cruzando varias bocas de túneles adyacentes. Las paredes de la madriguera estaban húmedas y pegajosas. Dos veces oyó a sus espaldas pequeños desprendimientos de tierra. El segundo de éstos le hizo volver la cabeza. No vio nada, naturalmente, hasta que enfocó la linterna en esa dirección. Entonces observó que el barro casi obstruía la galería que acababa de recorrer. El peligro de su situación se le reveló en toda su espantosa realidad. El corazón le latía con fuerza sólo de pensar en la posibilidad de un hundimiento. Decidió abandonar su persecución, a pesar de que casi había alcanzado el cadáver y las criaturas invisibles que lo arrastraban. Pero había algo más, en lo que tampoco había pensado: el túnel era demasiado estrecho para dar la vuelta.

El pánico se apoderó de él, por un segundo, pero recordó la boca lateral que acababa de pasar, y retrocedió dificultosamente hasta allí. Introdujo las piernas, hasta que pudo dar la vuelta. Luego, comenzó a avanzar desesperadamente hacia la salida, pese al dolor de sus rodillas. De repente, una puntada le traspasó la pierna. Sintió que unos dientes afilados se le hundían en la carne, y pateó frenéticamente para librarse de sus agresores. Oyó un chillido penetrante, y el rumor presuroso de una multitud de patas que se escabullían.

Al enfocar la linterna hacia atrás, lanzó un gemido de horror: una docena de enormes ratas lo observaban atentamente, y sus ojos malignos parpadeaban bajo la luz. Eran deformes, grandes como gatos. Tras ellos vislumbró una forma negruzca que desapareció en la oscuridad. Se estremeció ante las increíbles proporciones de aquella sombra. La luz contuvo a las ratas durante un momento, pero no tardaron en volver a acercarse furtivamente.

Al resplandor de la linterna, sus dientes parecían teñidos de carmesí. Masson forcejeó con su pistola, consiguió sacarla de su bolsillo y apuntó cuidadosamente. Estaba en una posición difícil. Procuró pegar los pies a las mojadas paredes de la madriguera para no herirse. El estruendo lo dejó sordo durante unos instantes. Después, una vez disipado el humo, vio que las ratas habían desaparecido. Guardó la pistola y comenzó a reptar velozmente a lo largo del túnel. Pero no tardó en oír de nuevo las carreras de las ratas, que se le echaron encima otra vez. Se le amontonaron sobre las piernas, mordiéndole y chillando de manera enloquecedora. Masson empezó a gritar mientras echaba mano a la pistola. Disparó sin apuntar, y no se hirió de milagro. Esta vez las ratas no se alejaron tanto.

Masson aprovechó la tregua para reptar lo más rápido que pudo, dispuesto a hacer fuego a la primera señal de un nuevo ataque. Oyó movimientos de patas y alumbró hacia atrás con la linterna. Una enorme rata gris se paró en seco y se quedó mirándole, sacudiendo sus largos bigotes y moviendo de un lado a otro, muy despacio, su cola áspera y pelada. Masson disparó y la rata echó a correr.

Continuó arrastrándose. Se había detenido un momento a descansar, junto a la negra abertura de un túnel lateral, cuando descubrió un bulto informe sobre la tierra mojada, un poco más adelante. Lo tomó por un montón de tierra desprendido del techo; luego vio que era un cuerpo humano. Se trataba de una momia negra y arrugada, y vio, preso de un pánico sin límites, que se movía.

Aquella cosa monstruosa avanzaba hacia él y, a la luz de la linterna, vio su rostro horrible a poca distancia del suyo. Era una calavera descarnada, la faz de un cadáver que ya llevaba años enterrado, pero animada de una vida infernal. Tenía los ojos vidriosos, hinchados, que delataban su ceguera, y, al avanzar hacia Masson, lanzó un gemido plañidero y entreabrió sus labios pustulosos, desgarrados en una mueca de hambre espantosa. Masson sintió que se le helaba la sangre. Cuando aquel horror estaba ya a punto de rozarle. Masson se precipitó frenéticamente por la abertura lateral. Oyó arañar en la tierra, a sus pies, y el confuso gruñido de la criatura que le seguía de cerca. Masson miró por encima del hombro, gritó y trató de avanzar desesperadamente por la estrecha galería. Reptaba con torpeza; las piedras afiladas le herían las manos y las rodillas. El barro le salpicaba en los ojos, pero no se atrevió a detenerse ni un segundo. Continuó avanzando a gatas, jadeando, rezando y maldiciendo histéricamente.

Con chillidos triunfales, las ratas se precipitaron de nuevo sobre él con la voracidad pintada en sus ojos. Masson estuvo a punto de sucumbir bajo sus dientes, pero logró desembarazarse de ellas: el pasadizo se estrechaba y, sobrecogido por el pánico, pataleó, gritó y disparó hasta que el gatillo pegó sobre una cápsula vacía. Pero había rechazado las ratas. Observó entonces que se hallaba bajo una piedra grande, encajada en la parte superior de la galería, que le oprimía cruelmente la espalda. Al tratar de avanzar notó que la piedra se movía, y se le ocurrió una idea: ¡Si pudiera dejarla caer, de forma que obstruyese el túnel!

La tierra estaba empapada por la lluvia. Se enderezó y empezó a quitar el barro que sujetaba la piedra. Las ratas se aproximaban. Veía brillar sus ojos al resplandor de la linterna. Siguió cavando, frenético. La piedra cedía. Tiró de ella y la movió de sus cimientos. Se acercaban las ratas... Era el enorme ejemplar que había visto antes. Gris, leprosa, repugnante, avanzaba enseñando sus dientes anaranjados. Masson dio un último tirón de la piedra, y la sintió resbalar hacia abajo. Entonces reanudó su camino a rastras por el túnel. La piedra se derrumbó tras él, y oyó un repentino alarido de agonía. Sobre sus piernas se desplomaron algunos terrones mojados. Más adelante, le atrapó los pies un desprendimiento considerable, del que logró desembarazarse con dificultad. ¡El túnel entero se estaba desmoronando!

Jadeando de terror, avanzaba mientras la tierra se desprendía. El túnel seguía estrechándose, hasta que llegó un momento en que apenas pudo hacer uso de sus manos y piernas para avanzar. Se retorció como una anguila hasta que, de pronto, notó un jirón de raso bajo sus dedos crispados; y luego su cabeza chocó contra algo que le impedía continuar. Movió las piernas y pudo comprobar que no las tenía apresadas por la tierra desprendida. Estaba boca abajo. Al tratar de incorporarse, se encontró con que el techo del túnel estaba a escasos centímetros de su espalda. El terror le descompuso. Al salirle al paso aquel ser espantoso y ciego, se había desviado por un túnel lateral, por un túnel que no tenía salida. ¡Se encontraba en un ataúd, en un ataúd vacío, al que había entrado por el agujero que las ratas habían practicado en su extremo!

Intentó ponerse boca arriba, pero no pudo. La tapa del ataúd le mantenía inexorablemente inmóvil. Tomó aliento, e hizo fuerza contra la tapa. Era inamovible, y aun si lograse escapar del sarcófago, ¿cómo podría excavar una salida a través del metro y medio de tierra que tenía encima?

Respiraba con dificultad. Hacía un calor sofocante y el hedor era irresistible. En un paroxismo de terror, desgarró y arañó el forro acolchado hasta destrozarlo. Hizo un inútil intento por cavar con los pies en la tierra desprendida que le impedía la retirada. Si lograse solamente cambiar de postura, podría excavar con las uñas una salida hacia el aire... hacia el aire...

Una agonía candente penetró en su pecho; el pulso le dolía en los globos oculares. Parecía como si la cabeza se le fuera hinchando, a punto de estallar. De pronto, oyó los triunfales chillidos de las ratas. Comenzó a gritar, enloquecido, pero no pudo rechazarlas esta vez. Durante un momento, se revolvió histéricamente en su estrecha prisión, y luego se calmó, boqueando por falta de aire. Cerró los ojos, sacó su lengua ennegrecida, y se hundió en la negrura de la muerte, con los locos chillidos de las ratas taladrándole los oídos.

CTHULHU EN LEGO




Hoy he encontrado una curiosidad navegando por la red:nada más y nada menos que el dios Cthulhu convertido en un muñeco Lego.Aquí os dejo el vídeo.


UNA MIRADA DETRÁS DE LOS MITOS DE CTHULHU



El escritor y crítico estadounidense Lin Carter(1930-1988),autor de libros de fantasía, terror y ciencia-ficción,fue también un seguidor y estudioso de la obra de Lovecraft.En los años 70 editó un fanzine llamado Kadath;en 1958 publicó una parodia de los relatos de Lovecraft bajo el seudónimo de H.P.Lowcraft con el título de The Slitherer from the Slime;y escribió numerosos cuentos de terror incardinados en los Mitos de Cthulhu.En 1972 publicó un estudio sobre la obra de Lovecraft titulado Lovecraf: A Look Behind the "Cthulhu Mythos"(Lovecraft:una mirada detrás de los Mitos de Cthulhu),en la que Carter tiene especial interés en destacar las historias donde los aspectos particulares de los Mitos aparecieron por primera vez, y el rastreo de sus reapariciones en los cuentos posteriores.El libro se esfuerza por establecer si cada historia de Lovecraft pertenece a los Mitos de Cthulhu o no. Su requisito para la inclusión de una historia en la lista de los Mitos es que tiene que "presentar un componente importante de información acerca de la tradición de fondo de los Mitos, lo que contribuye a crear un cuerpo común de la tradición".Se excluye de este criterio historias como El color que cayó del cielo y El caso de Charles Dexter Ward ,a pesar de que en la primera se menciona a Arkham y la Universidad de Miskatonic ,y las referencias de este último a Yog-Sothoth y el Necronomicón.Para Carter, los relatos incluidos en los Mitos son:
La Ciudad sin Nombre
El sabueso
El ceremonial
La llamada de Cthulhu
El Horror de Dunwich
El que susurra en la oscuridad
La sombra sobre Innsmouth
En las montañas de la locura
Los sueños en la Casa de la Bruja
La cosa en el umbral
La Sombra fuera del Tiempo
El cazador de la oscuridad
Historia del Necronomicón
(ensayo breve)
Hongos de Yuggoth (poemas)
Carter critica con frecuencia a Lovecraft por su falta de profesionalidad, y sin rodeos condena lo que cree que encuentra en sus escritos, como el racismo ,la xenofobia y el antisemitismo.

martes, 20 de diciembre de 2011

ROBERT H. WAUGH



El crítico y escritor estadounidense Robert H.Waugh ha estudiado durante más de dos décadas la vida y la obra de Lovecraft.Fruto de sus investigaciones publicó dos libros:The monster in the mirror :Looking for H.P.Lovecraft(El monstruo en el espejo:buscando a H.P. Lovecraft),Nueva York, Hippocampus, 2006,en el que lleva al estudio de Lovecraft una notable amplitud de conocimientos sobre la literatura, la estética, la historia y la filosofía. En este volumen de su colección de ensayos sobre Lovecraft, el lector aprenderá sobre la importancia de los documentos en su obra, sus similitudes provocativas con el poeta italiano Giacomo Leopardi, y su fascinación por el horror subterráneo, como se ejemplifica en En las montañas de la locura y otros cuentos.En A monster of voices:Speaking for H.P.Lovecraft(Un monstruo de voces:hablando en nombre de H.P. Lovecraft),Nueva York,Hippocampus,2011, Waugh demuestra su reputación como pionero estudioso de Lovecraft. Entre las contribuciones de este libro destacan los estudios de la influencia de la Primera Guerra Mundial en Las ratas en las paredes, la relación de Lovecraft con sus dos colegas, Robert Bloch y Fritz Leiber, así como con escritores tales como D.H. Lawrence, C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien, y Eugene O'Neill, la influencia de la literatura y la historia romanas en Lovecraft,el erotismo subliminal de La cosa en el umbral,etc.En definitiva, dos obras que no se pueden dejar de leer, aunque aún esperamos que las publiquen en castellano.

EL SABUESO

El relato El Sabueso(The Hound) fue escrito por Lovecraft en septiembre de 1922 y publicado por primera vez en la revista Weird Tales en febrero de 1924. Se trata de una pieza clásica de la literatura gótica, aunque ciertamente su esencia va más allá, sugiriendo quizás una especie de homenaje al movimiento decadente.
En este maravilloso y lúgubre relato de Lovecraft nace la leyenda del Necronomicón. Aquí, a pesar de que el nombre de su hipotético autor ya había aparecido en otros relatos, es la primera vez que se nombra al Necronomicón tal y como lo conoceríamos mediante escritos posteriores.



En mis lacerados oídos palpitan incesantemente un chillido y un aleteo de pesadilla, y un breve ladrido lejano, como el de un descomunal sabueso. No es un sueño... y temo que tampoco sea locura, ya que son muchos los hechos que me han acaecido para que pueda permitirme esas piadosas dudas.

St. John es un cadáver destrozado; únicamente yo sé por qué, y la naturaleza de mi conocimiento es tal que estoy a punto de volarme la cabeza por terror a ser destrozado de la misma manera. En los oscuros e interminables pasillos de la horrible fantasía se pasea Némesis, la diosa de la venganza negra, que me incita a la aniquilación.

¡Que el cielo perdone la demencia y la morbosidad atraída por la nefasta suerte! Hartos de los temas de un mundo prosaico, donde incluso los placeres del romance y de la aventura pierden rápidamente su color, St. John y yo habíamos seguido con entusiasmo todos los movimientos estéticos e intelectuales que prometían erradicar nuestro tedioso aburrimiento. Los enigmas de los simbolistas y los éxtasis de los prerrafaelistas fueron nuestros en su época, pero cada nueva moda quedaba vaciada demasiado pronto de su atrayente novedad.

Nos apoyamos en la sombría filosofía de los decadentes, y a ella nos dedicamos aumentando paulatinamente la profundidad de nuestras penetraciones. Baudelaire y Huysmans no tardaron en cansarnos, hasta que no quedó otro camino que el de los estímulos directos provocados por anormales experiencias y aventuras personales. Aquella espantosa necesidad de emociones nos condujo eventualmente por el detestable sendero que incluso en mi actual estado de desesperación menciono con vergüenza y timidez: el odioso sendero de los saqueadores de tumbas.

No puedo revelar los detalles de nuestras brutales expediciones, ni nombrar el valor de los trofeos que adornaban el anónimo museo que creamos en la monolítica casa donde vivíamos St. John y yo, solos y sin criados. Nuestro museo era un lugar sacrílego, increíble, donde con el gusto satánico habíamos reunido un universo de terror y de putrefacción para excitar nuestras viciosas sensibilidades. Era una estancia secreta, subterránea, donde unos enormes demonios alados esculpidos en basalto y ónice vomitaban por sus bocas abiertas una extraña luz verdosa y anaranjada, en tanto que unas tuberías ocultas hacían llegar hasta nosotros los olores que nuestro estado de ánimo apetecía: a veces el perfume de pálidos lirios fúnebres, a veces el narcótico incienso de unos funerales en un imaginario templo oriental, y a veces (¡cómo me estremezco al recordarlo!) la espantosa fetidez de una tumba descubierta.

Alrededor de las paredes de aquella repulsiva habitación había féretros de antiguas momias alternando con hermosos cadáveres que tenían una apariencia de vida, perfectamente embalsamados por el arte del moderno, y con lápidas mortuorias arrancadas de los cementerios más antiguos del mundo. Aquí y allá, unas vasijas contenían cráneos de todas las formas, y cabezas conservadas en diversas fases de descomposición.

Había estatuas y cuadros, todos perversos y algunos realizados por St. John y por mí mismo. Un portafolio cerrado, encuadernado con piel humana curtida, contenía ciertos dibujos atribuidos a Goya y que el artista no se había atrevido a publicar. Había allí nauseabundos instrumentos musicales, de cuerda, de metal y de viento, en los cuales St. John y yo producíamos a veces disonancias de exquisita morbosidad y diabólica lividez; y en una multitud de armarios de caoba reposaba la más increíble colección de objetos sepulcrales nunca reunidos por la locura y perversión humanas. Acerca de esa colección debo guardar un especial silencio. Afortunadamente, tuve el valor de destruirla mucho antes de pensar en destruirme a mí mismo.

Las expediciones, en las cuales recogíamos nuestros tesoros, eran siempre memorables acontecimientos desde el punto de vista artístico. No éramos vulgares vampiros, sino que trabajábamos únicamente bajo determinadas condiciones de humor, paisaje, medio ambiente, tiempo, estación del año y claridad lunar. Aquellos pasatiempos eran para nosotros la forma más exquisita de expresión, y brindábamos a sus detalles un minucioso cuidado. Una hora inadecuada, un pobre efecto de luz o una torpe manipulación del húmedo césped, destruían para nosotros la fervorosa emoción que acompañaba a la exhumación. Nuestra búsqueda de nuevos escenarios y condiciones excitantes era febril e insaciable. St. John abría siempre la marcha, y fue él quien descubrió el maldito lugar que acarreó sobre nosotros una espantosa e inevitable fatalidad.

¿Qué espantoso destino nos atrajo hasta aquel horrible cementerio holandés? Creo que fue el oscuro rumor, la leyenda acerca de alguien que llevaba enterrado allí cinco siglos, alguien que en su época fue un saqueador de tumbas y había robado un valioso objeto del sepulcro de un poderoso. Recuerdo la escena en aquellos momentos finales: la pálida luna otoñal sobre las tumbas, proyectando sombras alargadas y horribles; los grotescos árboles, cuyas ramas descendían tristemente hasta unirse con el descuidado césped y las estropeadas losas; las legiones de murciélagos que volaban contra la luna; la antigua capilla cubierta de hiedra y apuntando con un dedo espectral al pálido cielo; los insectos que danzaban como fuegos fatuos bajo las tejas de un alejado rincón; los olores a humedad, a vegetación y a cosas menos explicables que se mezclaban débilmente con la brisa nocturna procedente de lejanos mares y pantanos; y, lo peor de todo, el triste aullido de algún gigantesco sabueso al cual no podíamos ver. Al oírlo nos estremecimos, recordando las leyendas de los campesinos, ya que el hombre que tratábamos de localizar había sido encontrado hacía siglos en aquel mismo lugar, destrozado por las zarpas y los colmillos de un execrable animal.

Luego, nuestros azadones chocaron contra una sustancia dura, y no tardamos en descubrir una pútrida caja de forma oblonga. Era increíblemente recia, pero tan antigua que conseguimos abrirla.

Mucho era lo que quedaba del cadáver a pesar de los quinientos años transcurridos. El esqueleto, aunque quebrado en algunos sitios por las mandíbulas del ser que le había producido la muerte, se mantenía unido con asombrosa firmeza, y nos inclinamos sobre el descarnado cráneo con sus largos dientes y sus cuencas vacías en las cuales habían brillado unos ojos con una fiebre semejante a la nuestra. En el ataúd había un amuleto de exótico diseño que, al parecer, estuvo colgado del cuello del durmiente. Representaba a un sabueso alado, o a una esfinge con un rostro semicanino, y estaba exquisitamente tallado al antiguo gusto oriental en un pequeño trozo de jade verde. La expresión de sus rasgos era sumamente repulsiva, de bestialidad y odio. En torno de la base llevaba una inscripción en unos caracteres que ni St. John ni yo pudimos identificar; y en el fondo, como un sello de fábrica, aparecía grabado un grotesco y formidable cráneo.

En cuanto vimos el amuleto supimos que debíamos poseerlo. Aun en el caso que nos hubiera resultado completamente desconocido lo hubiéramos deseado, pero al mirarlo de más cerca nos dimos cuenta de que nos parecía familiar. En realidad, era ajeno a todo arte y literatura conocida por lectores cuerdos y equilibrados, pero nosotros reconocimos en el amuleto la cosa sugerida en el prohibido Necronomicon del árabe loco Adbul Alhazred; el horrible símbolo del culto de los devoradores de cadáveres de la inaccesible Leng, en el Asia Central. No nos costó ningún trabajo localizar los siniestros rasgos descritos por el antiguo demonólogo árabe; unos rasgos extraídos de alguna oscura manifestación sobrenatural de las almas de aquellos que fueron vejados y devorados después de muertos.

Apoderándonos del objeto de jade verde, dirigimos una última mirada al cavernoso cráneo de su propietario y cerramos la tumba, volviendo a dejarla tal como la habíamos encontrado. Mientras nos marchábamos apresuradamente del horrible lugar, con el amuleto en el bolsillo de St. John, nos pareció ver que los murciélagos descendían en tropel hacía la tumba que acabábamos de profanar, como si buscaran en ella algún repugnante alimento. Pero la luna de otoño brillaba muy débilmente, y no pudimos saberlo a ciencia cierta.

Al día siguiente, cuando embarcábamos en un puerto holandés para regresar a nuestro hogar, nos pareció oír el leve y lejano aullido de algún gigantesco sabueso. Pero el viento de otoño gemía tristemente, y no pudimos saberlo con seguridad.

Menos de una semana después de nuestro regreso a Inglaterra comenzaron a suceder cosas muy extrañas. St. John y yo vivíamos como reclusos; sin amigos, solos y en unas cuantas habitaciones de una antigua mansión, en una región pantanosa y poco frecuentada; de modo que en nuestra puerta sonaba muy raramente la llamada de un visitante.

Ahora, sin embargo, estábamos preocupados por lo que parecía ser un frecuente roce en medio de la noche, no sólo alrededor de las puertas, sino también alrededor de las ventanas, lo mismo en las de la planta baja que en las de los pisos superiores. En cierta ocasión imaginamos que un cuerpo voluminoso y opaco oscurecía la ventana de la biblioteca cuando la luna brillaba contra ella, y en otra ocasión creímos oír un aleteo no muy lejos de la casa. Una minuciosa investigación no nos permitió descubrir nada, y empezamos a atribuir aquellos hechos a nuestra imaginación, turbada aún por el leve y lejano aullido que nos pareció haber oído en el cementerio holandés. El amuleto de jade reposaba ahora en nuestro museo. Leímos mucho en el Necronomicón de Alhazred acerca de sus propiedades y acerca de las relaciones de las almas con los objetos que las simbolizan y quedamos desasosegados por lo que leímos.

Luego llegó el terror.

La noche del 24 de septiembre de 19... oí una llamada en la puerta de mi dormitorio. Creyendo que se trataba de St. John lo invité a entrar, pero sólo me respondió una espantosa risotada. En el pasillo no había nadie. Cuando desperté a St. John y le conté lo ocurrido, manifestó una absoluta ignorancia del hecho y se mostró tan preocupado como yo. Aquella misma noche, el leve y lejano aullido sobre las soledades pantanosas se convirtió en una espantosa realidad.

Cuatro días más tarde, mientras nos encontrábamos en el museo, oímos un cauteloso arañar en la única puerta que conducía a la escalera secreta de la biblioteca. Nuestra alarma aumentó, ya que, además de nuestro temor a lo desconocido, siempre nos había preocupado la posibilidad de que nuestra extraña colección pudiera ser descubierta. Apagando todas las luces, nos acercamos a la puerta y la abrimos bruscamente de par en par; se produjo una extraña corriente de aire y oímos, como si se alejara precipitadamente, una rara mezcla de susurros. En aquel momento no tratamos de decidir si estábamos locos, si soñábamos o si nos enfrentábamos con una realidad. De lo único que sí nos dimos cuenta, con la más negra de las aprensiones, fue que los balbuceos aparentemente incorpóreos habían sido proferidos en idioma holandés.

Después de aquello vivimos en medio de un creciente horror, mezclado con cierta fascinación. La mayor parte del tiempo nos ateníamos a la teoría de que estábamos enloqueciendo a causa de nuestra vida de excitaciones anormales, pero a veces nos complacía más dramatizar acerca de nosotros mismos y considerarnos víctimas de alguna misteriosa y aplastante fatalidad. Las manifestaciones extrañas eran ahora demasiado frecuentes para ser contadas. Nuestra casa solitaria parecía sorprendentemente viva con la presencia de algún ser maligno cuya naturaleza no podíamos intuir, y cada noche aquel demoníaco aullido llegaba hasta nosotros, cada vez más claro y audible. El 29 de octubre encontramos en la tierra blanda debajo de la ventana de la biblioteca una serie de huellas de pisadas completamente imposibles de describir.

El horror alcanzó su culminación el 18 de noviembre, cuando St. John, regresando a casa al oscurecer, procedente de la estación del ferrocarril, fue atacado por algún espantoso animal y murió destrozado. Sus gritos habían llegado hasta la casa y yo me había apresurado a dirigirme al lugar: llegué a tiempo de oír un extraño aleteo y de ver una vaga forma negra silueteada contra la luna que se alzaba en aquel momento.

Mi amigo estaba muriendo cuando me acerqué a él y no pudo responder mis preguntas de un modo coherente. Lo único que hizo fue susurrar:

-El amuleto..., aquel maldito amuleto...

Y exhaló el último suspiro, convertido en una masa inerte de carne lacerada.

Lo enterré al día siguiente en uno de nuestros descuidados jardines, y murmuré sobre su cadáver uno de los extraños ritos que él había amado en vida. Y mientras pronunciaba la última frase, oí a lo lejos el débil aullido de algún gigantesco sabueso. La luna estaba alta, pero no me atreví a mirarla. Y cuando vi sobre el pantano una ancha y nebulosa sombra que volaba, cerré los ojos y me dejé caer al suelo, boca abajo. No sé el tiempo que pasé en aquella posición. Sólo recuerdo que me dirigí temblando hacia la casa y me prosterné delante del amuleto de jade verde.

Temeroso de vivir solo en la antigua mansión, al día siguiente me marché a Londres, llevándome el amuleto, después de quemar y enterrar el resto de la impía colección del museo. Pero al cabo de tres noches oí de nuevo el aullido, y antes de una semana comencé a notar unos extraños ojos fijos en mí en cuanto oscurecía. Una noche, mientras paseaba por el Malecón Victoria, vi que una sombra negra oscurecía uno de los reflejos de las lámparas en el agua. Sopló un viento más fuerte que la brisa nocturna y, en aquel momento, supe que lo que había atacado a St. John no tardaría en atacarme a mí.

Al día siguiente empaqué el amuleto de jade verde y viajé hacia Holanda. Ignoraba lo que podía ganar devolviendo el objeto a su silencioso y durmiente propietario; pero me sentía obligado a intentarlo todo con tal de evadir la amenaza que pesaba sobre mi. Lo que pudiera ser el sabueso, y los motivos para que me hubiera perseguido, eran preguntas todavía vagas; pero yo había oído por primera vez el aullido en aquel antiguo cementerio, y todos los hechos siguientes, incluido el moribundo susurro de St. John, habían servido para relacionar la maldición con el robo del amuleto. En consecuencia, me hundí en la desesperación cuando, en una posada de Róterdam, descubrí que los ladrones me habían despojado de aquel único medio de salvación.

Aquella noche, el aullido fue más audible, y por la mañana leí en el periódico un espantoso suceso en el barrio más pobre de la ciudad. En una miserable vivienda habitada por unos ladrones, toda una familia había sido despedazada por un animal desconocido que no dejó ningún rastro. Los vecinos habían oído durante toda la noche un leve, profundo e insistente sonido, semejante al aullido de un gigantesco sabueso.

Al anochecer me dirigí de nuevo al cementerio, donde una pálida luna invernal proyectaba espantosas sombras, y los árboles sin hojas inclinaban tristemente sus ramas hacia la marchita hierba y las estropeadas losas. La capilla cubierta de hiedra apuntaba al cielo un dedo burlón y la brisa nocturna gemía de un modo monótono procedente de helados marjales y frígidos mares. El aullido era ahora muy débil y cesó por completo mientras me acercaba a la tumba que unos meses antes había profanado, ahuyentando a los murciélagos que habían estado volando curiosamente alrededor del sepulcro.

No sé por qué había acudido allí, a menos que fuera para rezar o para murmurar disculpas al tranquilo esqueleto que reposaba en su interior; pero, más allá de mis motivos, ataqué el suelo medio helado con una desesperación tanto mía como de una voluntad dominante ajena a mí mismo. La excavación resultó fácil, aunque en un momento me encontré con una extraña interrupción: un esquelético buitre descendió del frío cielo y picoteó frenéticamente en la tierra de la tumba hasta que lo maté con un golpe de azada. Finalmente dejé al descubierto la caja oblonga y saqué la enmohecida tapa.

Aquél fue el último acto racional que realicé.

Ya que en el interior del viejo ataúd, rodeado de enormes y soñolientos murciélagos, se encontraba lo mismo que mi amigo y yo habíamos robado. Pero ahora no estaba limpio y tranquilo como lo habíamos visto entonces, sino cubierto de sangre reseca y de jirones de carne y de pelo, mirándome fijamente con sus cuencas fosforescentes. Sus colmillos ensangrentados brillaban en su boca entreabierta en un rictus burlón, como si se mofara de mi inevitable ruina. Y cuando aquellas mandíbulas dieron paso a un sardónico aullido, semejante al de un gigantesco sabueso, y vi que en sus sucias garras empuñaba el perdido y fatal amuleto de jade verde, eché a correr; gritando estúpidamente, hasta que mis gritos se disolvieron en estallidos de risa histérica.

La locura viaja sobre el viento..., garras y colmillos afilados en siglos de cadáveres..., la muerte en una bacanal de murciélagos procedentes de las ruinas de los templos enterrados de Belial... Ahora, a medida que oigo mejor el aullido de la descarnada monstruosidad y el maldito aleteo resuena cada vez más cercano, yo me hundo con mi revólver en el olvido, mi único refugio contra lo desconocido.

viernes, 16 de diciembre de 2011

LA MANSIÓN DE LOS CTHULHU



Siguiendo hoy con adaptaciones al cine de obras de Lovecraft, no puedo evitar nombrar el director y guionista español Juan Piquer Simón (1935-2011), autor de importantes películas del género fantástico y de terror muy poco valoradas en España, como Viaje al centro de la tierra(1976),Misterio en la isla de los monstruos(1980),Mil gritos tiene la noche(1982),Slugs,muerte viscosa(1988),cuyos efectos especiales recibieron un premio Goya,etc.Como no podía ser menos para un director de terror, también abordó una película con temática lovecraftiana:La mansión de Cthulhu (1991). Protagonizada por Frank Finlay,Marcia Layton,Luis Fernando Alves,Brad Fisher y Melanie Shatner,entre otros,la película tuvo mejor aceptación fuera que en España.El film trata sobre un viejo mago que guarda un secreto oculto y terrible y cuya hija es tomada como rehén en su propia mansión aislada por maleantes adolescentes que necesitan un lugar para esconderse. Cuando los captores se niegan a escuchar la seria advertencia del mago para liberar ilesa a su hija, la mansión desencadena lentamente una pesadilla de horrores inimaginables.Aquí os dejo el trailer en inglés:

NYARLATHOTEP



El director estadounidense Christian Matzke (n1977) dirigió en 2001 un excelente cortometraje basado en el relato de Lovecraft Nyarlathotep (1920).Este autor también ha dirigido en 2003 An Imperfect Solution: A Tale of the Re-Animator.Aquí os dejo el corto completo en original:

KURO NO DANSHO



En 2001 se estrenó en Japón una cinta anime, de género de terror erótico,basada en la obra de Lovecraft.Se titula Kuro no Danshō (Mistery of the Necronomicon) y está dirigida por Hideki Takayama y Yoshitaka Makino.La historia gira en torno al detective privado Satoshi Suzuhara y su hija adoptiva, Asuka Kashiwagi,que disfrutan de unass vacaciones en una estación de esquí aislada. Sin embargo, cuando una tormenta de nieve corta todos los vínculos con el exterior, Satoshi se convierte en el principal sospechoso de una serie de horribles asesinatos que se están realizando en los huéspedes del complejo.
Aquí os dejo un vídeo musical con imágenes de la película:

NIGHT GALLERY




Night Gallery (Galería de noche) fue una serie estadounidense que se emitió entre 1970 y 1973, que presentaba Rod Sterling,quien años antes también presentó la afamada Twilight Zone. En cada capítulo se contaban una serie de historias fantásticas y de terror, originales o basadas en relatos de autores de prestigio.En el capítulo 11 de la 2ª temporada se emitió un segmento, Pickman´s Model, basado en el cuento El modelo de Pickman de Lovecraft, de 1927.Emitido originalmente en diciembre de 1971, trata sobre una joven mujer (Louise Sorel) que se relaciona con un pintor (Bradford Dillman) que pinta unos cuadros de lo más extraños. Este episodio obtuvo una nominación al premio Emmy por mejor maquillaje.En el episodio 12 de la misma temporada se adaptó también el relato Cool air (Aire frío).Aquí os dejo un fragmento de El modelo de Pickman en inglés.

jueves, 15 de diciembre de 2011

UNA CURIOSIDAD

En la portada del disco de la banda inglesa de heavy metal Iron Maiden titulado Live After Death, del año 1985,creada por el dibujante Derek Riggs, aparece una lápida con una cita de Lovecraft:"That is not dead which can eternal lie, yet with strange aeons even death may die." O lo que es lo mismo:"Que no está muerto lo que yace eternamente, y con el paso de las eras aún la muerte puede morir...",que aparece por primera vez en el relato La ciudad sin nombre (1921)y que luego se convertiría en el fragmento más famoso del Necronomicón.

EDWARD MARTIN


El director estadounidense Edward Martin III(n.1966)ha dirigido en los últimos años hasta tres cortometrajes relacionados con la obra de Lovecraft.En 2003 dirigió una adaptación en animación de La búsqueda onírica de la desconocida Kadath (The Dream-Quest of Unknown Kadath),en 2004 Innsmouth Legacy, que aunque no está basado en ningún relato, toma muchos elementos de los Mitos de Cthulhu; y en 2005 La declaración de Randolph Carter (The Statement of Randolph Carter).Aquí os dejo el trailer de la primera de ellas:



ÁRBOL GENEALÓGICO DE LOVECRAFT

Aquí os dejo un árbol genealógico de Lovecraft desde sus antepasados del siglo XVIII Thomas Lovecraft (1745-1826) y Asaph Phillips (1764-1829), con algunos apuntes sobre sus parientes más cercanos.


Sonia Haft Greene (16 marzo 1883-26 diciembre 1972). La esposa de Howard Phillips Lovecraft, con quien se casó el 3 de marzo de 1924. Algunos de los detalles biográficos de Sonia no están claros: si nació como Shafirkin Sonia Haft o como Sonia Haft Shaferkin, ya sea en Ichnya, Ucrania o Konotop, Chernigov. Primero emigró a Inglaterra con su madre y más tarde a Nueva York, a donde llegó, ya fuera en 1892 o 1895. El 24 de diciembre de 1899, Sonia se casó con Samuel Greene, cuyo nombre puede haber sido originalmente Samuel Seckendorff y murió en algún momento alrededor de 1916, tal vez por suicidio. Durante este matrimonio, Sonia dio a luz a dos hijos: un niño que murió antes de cuatro meses de edad, y Carol Florencia. Sonia se reunió con Lovecraft en 1921 a través de su interés común en el periodismo amateur. Se casaron en la capilla de St. Paul, en Manhattan, y vivieron juntos en Brooklyn. Después de su separación, se trasladó a California, donde, en 1936, se casó con el doctor Nathaniel Abraham Davis, que murió diez años después. Durante gran parte de su vida, Sonia trabajó en moda femenina, a la vez que tuvo su propia sombrerería.
Winfield Scott Lovecraft (26 octubre 1853 -19 julio 1898) El padre de Lovecraft. Lleva el nombre del general Winfield Scott, quien visitó Rochester, Nueva York, el 14 de octubre de 1852. A principios de la década de 1870 trabajó para la James Cunningham e Hijo,una fábrica y empresa de transporte como un herrero. Su paradero desde 1874 hasta 1889 no están claros, aunque se ha sugerido que trabajaba en Nueva York con su primo, Frederic. En 1889 comenzó a trabajar como vendedor ambulante de Gorham Providence & Company. Se casó con Sarah Susan Phillips el 12 de junio de 1889 en St. Paul, en Boston. En 1893 comenzó a tener alucinaciones, mientras que estaba en Chicago por negocios, y el 25 de abril fue ingresado en el Butler Hospital de Providence, con diagnóstico de "parálisis general" , la etapa terciaria de la neurosífilis.
Sarah Susan Phillips (17 octubre 1857-24 mayo 1921) La madre de Lovecraft y la esposa de Winfield Scott Lovecraft, con quien se casó el 12 de junio de 1889.
Emily Jane Lovecraft (1849 - 1925)Tía paterna de Lovecraft y la esposa de Isaac C. Hill. Dio a luz a una niña, María Ida Emily.
Mary Louisa Lovecraft (1855 - 1916)Tía paterna de Lovecraft y la esposa de Paul Mellon.
Lillian Delora Phillips (20 abril 1856- 7 marzo 1932)Tía materna de Lovecraft.
Annie Emeline Phillips (10 julio 1866-29 enero 1941)Tía materna de Lovecraft. En octubre de 1916 Annie y Edward se separaron cuando ella tomó a su hijo, Phillips, de Roswell, Colorado, con la esperanza de detener la tuberculosis (es posible que se separaran antes de esta fecha). Cuando Phillips murió el 31 de diciembre 1916 Annie no volvió con Edward en Cambridge, pero si a Providence, donde pasó la mayor parte del resto de su vida con su sobrino, Howard Phillips Lovecraft. Edward y Annie nunca se divorciaron legalmente.
Edwin Everett Phillips (14 febrero 1864- 14 noviembre 1918)Tío materno de Lovecraft y el marido de Martha Helen Mathews, con quien se casó el 30 de julio de 1894 y 23 de marzo 1903. Edwin estuvo involucrado en el negocio de su padre, Whipple Van Buren Phillips, hasta la muerte de Whipple en 1904. Después de eso, trabajó en varios oficios.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

THE CALL OF CTHULHU DE JOHN COULTHART



La editorial estadounidense Creation Books publicó en 1994 una magnífica adaptación al cómic del relato La llamada de Cthulhu, a cargo del dibujante inglés John Coulthart(n.1962), quien también se dedica a diseñar portadas de discos, de libros y carteles.Tampoco esta obra es la única inpirada en Lovecraft:fue autor de la aclamada The Haunter of the Dark: And Other Grotesque Visions(El morador de las tinieblas y otras visiones grotescas), con una introducción de Alan Moore, libro que fue reeditado en 2006 con las adaptaciones de La llamada de Cthulhu, El horror de Dunwich y el relato ya citado, pero que aún esperamos que se publique en español para poder disfrutar de la maestría de uno de los mejores dibujantes que han adaptado los cuentos de Lovecraft al arte secuencial.Para más información podéis consultar la web del autor: http://www.johncoulthart.com/retinacula/lovecraft.html

martes, 13 de diciembre de 2011

BANDA H.P.LOVECRAFT



H.P.Lovecraft fue una banda estadounidense de rock psicodélico de los años 60 y 70, que nació en 1967 en Chicago,Illinois y que tomó su nombre como homenaje al escritor.Los miembros del grupo fueron Tony Cavallari ,guitarra y voz; Michael Tegza, batería, percusión y voz;George Edwards, guitarra, bajo, voz; Dave Michaels, órgano, piano, harpsichord y voz y Jerry McGeorge bajo y voz.Grabaron tres discos:H.P. Lovecraft,en 1967;H.P. Lovecraft II,en 1969 y Live, May 11,en 1968, un álbum con temas en directo.En 2005 publicaron un recopilatorio titulado Dreams in the Witch House: The Complete Philips Recordings .Aquí os dejo el tema titulado At the Mountains of Madness(En las montañas de la locura),de 1969:

NAVIDAD CON CTHULHU



Para todos los seguidores de la obra de Lovecraft, y en especial de los Mitos de Cthulhu,ahora que se acerca la Navidad podemos conseguir una aplicación para los iPod,los iPhone y los iPad.Se trata de un peculiar calendario con una serie de 25 postales navideñas,originales piezas de arte, una para cada día de diciembre hasta el día de Navidad.Cada imagen presenta un mash-up de los iconos festivos como el de Papá Noel en el mundo ciclópeo del gran Cthulhu, el malévolo Mi-Go y el oscuro dios Nyarlathotep.Este calendario ha sido creado por la compañía inglesa Red Wasp Design.Aquí podéis ver los precios en la web oficial: http://redwaspdesign.wordpress.com/cthulhu-christmas-calendar/

lunes, 12 de diciembre de 2011

TWILIGHT ZONE



En 1985, debido al éxito de la famosa serie estadounidense Twilight Zone, conocida como Dimensión desconocida o En los límites de la realidad en España, que se emitió entre 1959 y 1964, se volvió a retomar con los mismos contenidos fantásticos, de ciencia ficción y de terror.En la primera temporada, el capítulo 44 se tituló Gramma (La abuela).Dirigido por Bradford May, cuenta la historia de George, un niño de 10 años que se queda a vivir con su abuela y que descubrirá el terrible secreto que guarda la anciana.El guión, del escritor Harlan Ellison (n.1934), está basado en un relato del mismo título escrito por Stephen King y muy deudora de La cosa en el umbral de Lovecraft.El segmento contiene varias referencias a los Mitos de Cthulhu, incluyendo el uso de los nombres de Cthulhu o Yog-Sothoth y el Necronomicon.Aquí tenéis una sinopsis del episodio en inglés: http://postcardsfromthezone.blogspot.com/2006/01/144-gramma.html.
Y aquí tenéis el episodio completo, con audio en español de América:

viernes, 9 de diciembre de 2011

PARALITIKOS-LOVECRAFT


Aquí os dejo una canción del grupo español de postpunk gótico Paralitikos titulada Lovecraft, un homenaje al famoso escritor, extraida de su segundo disco Alas de cuervo(2005).

LA IMAGEN REPTANTE



En 2006 se publicó en México un interesante libro titulado La imagen reptante.H.P.Lovecraft y el comic mundial, obra del periodista y cinéfilo Mauricio Matamoros Durán(n.1975).Se trata de un ensayo en el que el autor hace un repaso de las adaptaciones al comic que se han realizado a lo largo de la historia sobre la obra de Lovecraft.Según sus palabras en una entrevista,"presento ejemplos de historietas de todo el mundo, inclusive, del manga japonés, porque en cuestión de horror el trabajo de Junji Ito es lo más avant garde que hay y abreva directamente de Lovecraft. También hay ejemplos de lo más sobresalientes en las historietas, que contienen algunas de las metáforas del mundo actual, porque el terror es el escenario propicio para representar la realidad, o sea, lo que hizo Lovecraft".Aquí podéis ver el blog del autor: http://iconoctlan.blogspot.com/

miércoles, 7 de diciembre de 2011

"LAS RATAS DE LAS PAREDES" DE CORBEN

En 1972 el dibujante de comics estadounidense Richard Corben(n.1940), famoso por sus obras de ciencia ficción y fantasía, adaptó el relato de Lovecraft Las ratas en las paredes(1923), siendo una de las primeras adaptaciones fieles a la obra del escritor de terror.Aquí os dejo el comic completo, que consta de 10 páginas.










viernes, 2 de diciembre de 2011

EN LOS MUROS DE ERYX

En los muros de Eryx (In the walls of Eryx) es un relato de terror de Lovecraft, escrito en 1936 con la colaboración de Kenneth J. Sterling y publicado en la edición de octubre de 1939 de la revista Weird Tales.
Se trata de un cuento clásico de ciencia ficción y representa un elemento aislado en la obra de H.P. Lovecraft, quien pocas veces se vio tentado a escribir dentro de este género.Por otro lado, son evidentes los temas que subyacen en la obra:la discriminación y la intolerancia.



Antes de tratar de descansar voy a redactar estas notas como preparación para el informe que debo realizar. Lo que he encontrado es tan singular, tan contrario a toda experiencia pasada y a toda previsión, que merece una descripción muy cuidadosa. Llegué a la base principal de Venus el 18 de marzo, según el calendario de la Tierra; VI, 9 del calendario del planeta. Tras ser destinado al grupo más nutrido, al mando de Miller, recibí mi equipo - un reloj dispuesto para tener en cuenta la rotación, algo más rápida, de Venus- y efectué el habitual entrenamiento con máscara. M cabo de dos días se me consideró - apto para todo trabajo.

Abandonando la base de la Compañía Cristal en Terra Nova al amanecer del VI, 12, seguí la ruta del sur que Anderson había cartografiado desde el aire. El camino era malo, pues esas junglas acostumbran a ser poco transitables tras un aguacero. Debe de ser la humedad que da a esas lianas y ramas entrelazadas su dureza de cuero; una dureza tan grande que con un machete se necesita casi diez minutos para cortar algunas de ellas. M mediodía todo estaba más seco, y la vegetación adquiría una consistencia blanda y gomosa, de forma que el machete cortaba con mayor facilidad... pero ni aún así podía ir demasiado aprisa. Esas máscaras de oxígeno tipo Carter son demasiado pesadas; y el solo hecho de cargar con uña de ellas deja derrengado a un hombre ordinario. Una máscara Dubois, con un sistema de esponja en lugar de cilindros, suministraría un aire igual de bueno con solo la mitad de peso. El detector de cristales parecía funcionar bien, señalando constantemente en una dirección que verificaba el informe de Anderson. Es curioso cómo funciona ese principio de afinidad... sin esas mentiras de los viejos «palos de zahoríes» de allá en la Tierra. Debía de haber un gran depósito de cristales en un radio de un millar y medio de kilómetros, aunque supongo que esos malditos hombres-lagarto deben de estar vigilando y guardándolo.

Probablemente deben de pensar que somos unos estúpidos por venir a Venus a buscar esas cosas, como nosotros pensamos que lo son ellos por arrodillarse en el barro y adorar cualquier trozo de esa materia que encuentran, o por tener una gran masa de la misma sobre un pedestal en su templo. Me gustaría que cambiasen de religión, pues para lo único que quieren los cristales es para rezar ante ellos. Si no fuera por su teología, nos dejarían llevarnos todas las cantidades que quisiésemos... y aunque aprendieran a aprovecharlos en la obtención de energía, habrían más que suficientes para su planeta y para la Tierra. Por mi parte, ya estoy harto de no ocuparme de los depósitos principales y tener que ir buscando cristales sueltos en los lechos de los ríos de la jungla. Algún día haré todo lo que pueda para que se lleve a cabo una matanza de esos desgraciados escamosos por un buen ejército de nuestro planeta. Una veintena de naves podrían traer las suficientes tropas como para llevarla a cabo. Uno no puede considerar que esos malditos animales sean hombres por muchas «ciudades» y torres qué edifiquen. No tienen talento más que para edificar, y para usar sus espadas y dardos envenenados, y no creo que sus llamadas «ciudades» sean mucho más que los hormigueros o las presas de los castores. Dudo que siquiera tengan un verdadero idioma; y todas esas chácharas acerca de la comunicación psicológica mediante esos tentáculos que tiene en el pecho me parecen puras memeces. Lo que engaña a la gente es que caminen sobre dos patas, cual no es más que un parecido accidental con el hombre de la Tierra. Me gustaría atravesar alguna vez una jungla venusiana sin tener que estar atento por si me encuentro un grupo de ellos, o para evitar sus malditos dardos. Quizá no molestasen antes de que comenzásemos a llevarnos los cristales, pero ahora son realmente peligrosos... con sus lanzamientos de dardos y sus sabotajes de nuestras conducciones de agua. Cada vez estoy más convencido de que tienen un sentido especial similar a nuestros detectores de cristales.

Nunca se ha sabido que molestaran a un hombre – si exceptuamos el lanzamiento de dardos a larga distancia – que no llevase cristales encima. Hacia la una del mediodía un dardo casi se me arrancó el casco, y por un segundo creí que uno de mis cilindros de oxígeno había sido perforado. Esos taimados diablos no habían hecho ningún ruido, pero tres de ellos me estaban rodeando. Los cacé a todos moviendo en círculo mi pistola lanzallamas, pues aunque su color se confundía con el de la jungla, pude descubrirlos por el movimiento de las ramas. Uno de ellos tenía dos metros y medio de alto, con un morro similar al de un tapir. Los otros dos tenían la habitual estatura de dos metros diez. Lo único que hace que sean una verdadera amenaza es su gran número... y un solo regimiento de lanzallamas podría acabar con ellos. Sin embargo, es curioso cómo han logrado ser la especie dominante del planeta. No existe otra especie viviente más desarrollada que los reptantes akmans y skorahs, o los tukanhs voladores del otro continente... a menos que, naturalmente, esos agujeros de la Meseta Dioneana oculten algo.

Hacia las dos de la tarde mi detector señaló hacia el oeste, indicando unos cristales aislados situados hacia mi derecha. Eso estaba de acuerdo con lo que decía Anderson, y por consiguiente, cambié de dirección. El camino era más duro, no solo porque era en cuesta, sino porque la vida animal y las plantas carnívoras eran más densas. Estaba dando golpes de machete a ugrats y pisando skorahs continuamente, y mi traje de cuero estaba totalmente manchado por los estallidos de los darohs que me golpeaban por todos lados. La luz era más débil a causa de la neblina, y el calor del sol no parecía acabar de secar el barro. Cada vez que daba un paso mi pie se hundía doce o quince centímetros, y se oía un sonido de succión, blup, cada vez que lo levantaba. Me gustaría que alguien inventase otro tipo de material que usar en los trajes para este clima que no fuera cuero. Naturalmente la tela se pudriría; pero algún tipo de tejido metálico fino que no se rasgase – como la superficie de este cubre papiros, que resiste la podredumbre – debería ser posible de conseguir. Comí hacia las 3,30, si es que el tragarse esas repugnantes tabletas alimenticias a través de la máscara puede ser llamado comer. Poco después me fijé en que se producía un claro cambio en el paisaje: las brillantes flores de aspecto venenoso cambiaban de color y tomaban un tinte funerario. Las siluetas de todas las cosas tremolaban rítmicamente, y aparecían brillantes puntos de luz que bailaban al mismo ritmo lento y continuo. Tras lo cual la temperatura pareció fluctuar al unísono con un peculiar ritmo tamborileante.

Todo el universo parecía estar temblando con profundas pulsaciones regulares que llenaban cada rincón del espacio y fluían a través de mi cuerpo y mi mente. Perdí todo sentido del equilibrio y me tambaleé mareado, pero las cosas no cambiaron lo más mínimo cuando cerré mis ojos y me cubrí las orejas con las manos. No obstante, mi mente aún estaba clara, y en pocos minutos me di cuenta de lo que había sucedido. Habla encontrado al fin una de aquellas curiosas plantas de espejismo acerca de las cuales tantos de nuestros hombres contaban historias. Anderson me había advertido que tuviera cuidado con ellas, y me habla descrito con precisión su apariencia: el velludo tallo, las espinosas hojas, y las moteadas flores cuyas gaseosas exhalaciones, productoras de sueños, penetran cualquier tipo existente de máscara. Recordando lo que le había sucedido a Bailey hacía tres años, caí en un momentáneo pánico, y comencé a correr tambaleante en el loco y caótico mundo que las exhalaciones de la planta hablan tejido a mí alrededor. Luego, el sentido común regresó a mí, y me di cuenta de que lo único que tenía que hacer era retirarme del punto donde estaban las peligrosas flores, alejándome de la fuente de las pulsaciones y siguiendo a ciegas un camino, sin importarme lo que pareciese girar a mí alrededor, hasta que hubiese logrado salir del radio de acción de la planta, y estar a salvo.

Aunque todo giraba en forma peligrosa, traté de seguir la dirección correcta y abrirme paso hacia adelante. Mi ruta. debía de ser todo menos recta, pues parecieron pasar horas antes de que lograra librarme de la ofuscante influencia de la planta productora de espejismos. Gradualmente las danzantes luces comenzaron a desaparecer, y el espectral paisaje comenzó a tomar un aspecto más sólido. Cuando estuve completamente a salvo miré mi reloj y me asombró darme cuenta de que solo eran las 4,20. Aunque me había parecido que pasaba una eternidad, toda aquella experiencia no habla durado más de media hora. Sin embargo, todo retraso era molesto, y había perdido camino al huir de la planta. Ahora seguí hacia adelante, ladera arriba, en la dirección indicada por el detector de cristales, empleando todas mis energías en el intento de ir más deprisa. La jungla seguía siendo espesa, aunque había menos vida animal. En una ocasión una flor carnívora rodeó mi pie derecho, y lo asió con tal fuerza que tuve que liberarme a golpes de machete, haciendo trizas la planta antes de lograr que me soltase. En menos de una hora me di cuenta de que la vegetación estaba haciéndose menos densa, y hacia las cinco de la tarde, tras pasar una región de helechos gigantes con pocos matorrales entre ellos, salí a una gran meseta musgosa. Ahora, mi paso se hizo rápido, y vi por los estremecimientos de la aguja de mi detector que estaba aproximándome bastante al cristal que buscaba. Era realmente extraño, porque la mayor parte de los dispersos esferoides en forma de huevo se hallaban en los arroyos de la jungla, de un tipo que no era muy probable encontrar en aquel terreno alto, sin árboles.

El terreno seguía subiendo, y acababa en una cresta muy definida. Llegué a la cima hacia las 5,30 y vi ante mi una llanura muy extensa y bosques en la distancia. Sin lugar a dudas aquello era la meseta cartografiada por Matsugawa desde el aire, hacía cincuenta años, y que era llamada en nuestros mapas Eryx o Meseta Eryciniana. Pero lo que hizo acelerar el ritmo de mi corazón fue un pequeño detalle, cuya posición no podía haber estado muy alejada del centro exacto de la llanura. Era un único punto de luz, que brillaba a través de la neblina y que parecía atraer la penetrante luminosidad concentrada de los amarillentos rayos del 501, atenuados por los vapores. Era sin duda el cristal que buscaba: un objeto que probablemente no sería mayor que el huevo de una gallina, y que no obstante contenía la suficiente energía como para mantener caliente durante un año a toda una ciudad. Mientras contemplaba el distante brillo, me preguntaba por qué sería que aquellos miserables hombres-lagarto adorasen a aquellos cristales sin que, no obstante, tuvieran la menor noción de la energía que contenían.

Echando a correr, traté de alcanzar el inesperado premio lo más rápidamente posible; y me sentí molesto cuando el firme musgo dio paso a un muy fluido y especialmente detestable barro moteado con ocasionales manchas de vegetación. Pero seguí chapoteando sin detenerme, sin pensar ni siquiera en mirar a mi alrededor en busca de algún hombre-lagarto al acecho. En aquel espacio abierto no era muy probable caer en una emboscada. Y mientras avanzaba la luz frente a mi parecía aumentar de tamaño y brillantez, y comencé a darme cuenta de alguna peculiaridad en su situación. Claramente se trataba de un cristal de una gran calidad, y mi alegría creció con cada paso chapoteante. Es ahora cuando debo comenzar a tener mucho cuidado al hacer mi informe, ya que lo que tendré que decir de ahora en adelante implicará temas sin precedente, aunque afortunadamente verificables. Iba corriendo hacia adelante con creciente ansiedad, y ya me encontraba a un centenar de metros, más o menos, del cristal, cuya posición en una especie de elevación del terreno parecía algo rara dado el omnipresente barro, cuando una inesperada y tremenda fuerza me golpeó en el pecho y en los nudillos, echándome hacia atrás, al barro. El chapoteo de mi caída fue terrible, y la blandura del terreno y la presencia de algunas hierbas resbaladizas no libró a mi cabeza de un anonadador golpe. Durante un momento me quedé boca arriba, demasiado atontado como para poder pensar. Entonces, mecánicamente, me puse en pie y comencé a sacudirme algo del barro y suciedad de mi traje de cuero.

No tenía ni idea de qué era aquello con lo que había tropezado. No había visto nada que hubiese podido producir aquel golpe, ni tampoco lo veía ahora. ¿Acaso habría, después de todo, resbalado simplemente en el barro? Mis doloridos nudillos y pecho me negaban esta posibilidad. O, ¿sería todo el incidente una ilusión creada por alguna oculta planta de espejismos? Parecía poco probable, ya que no notaba ninguno de los síntomas usuales, y porque no había por allí ningún lugar en el que un vegetal tan chillón y visible pudiera ocultarse a mi vista. Si hubiéramos estado en la Tierra, hubiera sospechado que se trataba de una barrera de fuerza N colocada por algún gobierno para marcar una zona prohibida, pero en aquella región deshabitada por el hombre tal noción parecía absurda. Finalmente logré recuperarme, y decidí investigar con cautela. Manteniendo mi machete todo lo por delante que podía para que fuera lo primero que se encontrase con la extraña fuerza, comencé a caminar de nuevo hacia el brillante cristal, disponiéndome a adelantar paso a paso con una gran deliberación. Al tercer paso me vi detenido por el impacto de la punta del machete contra una superficie aparentemente sólida... una superficie sólida allá donde mis ojos no veían nada.

Al cabo de un momento recuperé mi aplomo. Extendiendo mi enguantada mano, verifiqué la presencia de una materia sólida invisible, o de una ilusión táctil de materia sólida, frente a mí. Moviendo la mano comprobé que la barrera tenía una extensión sustancial, y una lisura parecida a la del cristal, sin que hubiera evidencia de junturas de bloques separados. Animándome a realizar nuevos experimentos, me quité un guante y palpé aquello con la mano desnuda. Desde luego era duro y su tacto era vítreo, y con una extraña frialdad que contrastaba con el aire que me rodeaba. Forcé la vista al máximo en un esfuerzo por divisar alguna huella de sustancia obstructora, pero no pude ver nada. Ni siquiera había evidencias de un poder refractor, juzgando por el aspecto del terreno situado enfrente. La ausencia de un poder reflexivo quedaba probada por el que no hubiera una imagen brillante del sol en ningún punto. Una intensa curiosidad comenzó a desplazar cualquier otro sentimiento, y amplié mis investigaciones lo mejor que pude. Explorando con las manos, comprobé que la barrera se extendía desde el suelo hasta un nivel mucho más alto del que yo podía alcanzar, y que se prolongaba indefinidamente hacia ambos lados. Era, pues, un muro de algún tipo, aunque su propósito y el material de que estaba construido eran algo que no podía ni imaginar. De nuevo pensé en la planta de espejismos y los sueños que inducía, pero al cabo de un instante abandoné tal idea.

Golpeando con fuerza la barrera con la empuñadura del machete, y dándole patadas con mis gruesas botas, traté de interpretar los sonidos así producidos. En aquellas reverberaciones había algo que recordaba al cemento armado, aunque mis manos notaban la superficie más bien vítrea o metálica al tacto. Ciertamente me enfrentaba con algo extraño, y de lo cual no había previa experiencia. El siguiente paso en toda lógica era hacerse idea de las dimensiones del muro. El problema de la altura sería difícil de resolver, si es que no era imposible, por lo que quizá fuera más fácil ocuparse antes de la cuestión del largo y forma. Extendiendo los brazos y manteniéndome apretado contra la barrera, comencé a caminar lentamente hacia la izquierda, fijándome muy bien hacia qué lado estaba dando frente. Tras algunos pasos concluí que la pared no era recta, sino que me encontraba siguiendo parte de algún amplio circulo o elipse. Y entonces mi atención fue distraída por algo totalmente distinto... algo relacionado con el aún lejano cristal que era el objetivo de mi búsqueda. Ya he dicho que aún desde mayor distancia la posición del objeto brillante aprecia extraña en alguna manera indefinible, pues se hallaba sobre un bajo montículo que se alzaba sobre el barro. Ahora, a un centenar de metros, podía ver claramente a pesar de la neblina lo que era el montículo. Era el cuerpo de un hombre ataviado con uno de los uniformes de cuero de la Compañía Cristal, caído boca arriba y con su mascarilla de oxígeno medio hundida en el barro a algunos centímetros de distancia. En su mano derecha, apretada convulsivamente contra el pecho, se hallaba el cristal que me había traído allí: un esferoide de increíble tamaño, tan grande, que los dedos muertos casi no podían cerrarse sobre él. Aún a aquella distancia podía darme cuenta de que el hombre llevaba muerto poco tiempo. Se veía muy poca descomposición, y reflexioné que en un tal clima aquello significaba que la muerte se había producido hacía tan solo un día. Pronto las odiosas moscas-farnoth comenzarían a amontonarse sobre el cuerpo. Me pregunté quién seria el hombre. Desde luego nadie que hubiera visto en aquel viaje. Debía tratarse de uno de los veteranos ausente en un largo periplo, que había llegado a aquella región independientemente de los trabajos de Anderson.

Y allí yacía, más allá de todo problema, y con los rayos del gran cristal surgiendo de entre sus rígidos dedos. Durante más de cinco minutos me quedé allí mirando, lleno de asombro y aprensión. Un curioso miedo me asaltó, y tuve el irrazonable impulso de escapar corriendo. No podía haber sido asesinado por aquellos repugnantes hombres-lágarto, pues aún tenía el cristal que había hallado. ¿Tendría aquello alguna conexión con la pared invisible? ¿Dónde habría hallado el cristal? El instrumento de Anderson había indicado uno por aquellos alrededores mucho antes de que aquel hombre pudiera haber perecido. Ahora comencé a ver en aquella barrera invisible algo siniestro, y retrocedí, apartándome de ella con un estremecimiento. Y, sin embargo, sabía que tenía que solucionar el misterio con aún más rapidez y de una vez por todas, debido precisamente a aquella reciente tragedia. De pronto, con una sacudida que devolvió mi mente al problema con que se enfrentaba, sé me ocurrió una forma posible de estudiar la altura del muro, o al menos de averiguar si se extendía o no indefinidamente hacia arriba. Tomando un puñado de barro, dejé que gotease hasta que hubo adquirido una cierta consistencia, y entonces lo lancé a lo alto, hacia la barrera totalmente transparente. A una altura de quizá cuatro metros golpeó a la superficie invisible con un sonido resonante, desintegrándose y fluyendo en chorritos que bajaban con una sorprendente rapidez. Claramente se veía que el muro era alto. Un segundo puñado, lanzado aún más hacia arriba, golpeó la superficie a unos cinco metros de altura, desapareciendo tan rápidamente como el primero.

Reuní entonces todas mis fuerzas y me preparé a lanzar un tercer puñado tan alto como me fuera posible. Dejando escurrir el barro, y apretándolo para conseguir que estuviera lo más compacto posible, lo lancé con tal inclinación que temí que no alcanzase siquiera a la barrera. No obstante, lo hizo, y esta vez cruzó el muro y cayó en el barro de más allá con un violento chapoteo. Al fin tenía una idea aproximada de la altura del muro, pues el barro la había sobrepasado a unos seis metros de altura. Resultaba pues totalmente imposible ascender una pared lisa y resbaladiza, vertical, de una altura de unos seis metros. Por consiguiente, debía continuar rodeando la barrera en la esperanza de hallar un portal, un fin, o algún tipo de interrupción. ¿Formaba el obstáculo un círculo completo u otra figura geométrica cerrada, o era simplemente un arco o un semicírculo? Actuando según mi decisión, reinicié mi lento camino hacia la izquierda, moviendo mis manos arriba y abajo sobre la superficie invisible por si tenía la suerte de hallar alguna ventana u otra pequeña abertura. Antes de comenzar a andar, traté de marcar mi posición abriendo a patadas un agujero en el barro, pero era demasiado fluido como para poder dejar una huella en él. No obstante, determiné aproximadamente el lugar fijándome en una alta cicada de la lejana selva, que aprecia estar en línea con el brillante cristal, situado a un centenar de metros de mí. Si no había ningún portal o fisura, ahora podría saber cuándo había dado una vuelta completa a la pared.

No había tenido que seguir mucho rato antes de lograr determinar que la curvatura indicaba un recinto circular de un centenar de metros de diámetro, siempre que la figura fuera regular. Eso quería decir que el muerto yacía cerca de la pared en un punto casi opuesto de la región donde yo había iniciado mi experimento. ¿Estaría en la parte interior o exterior del recinto? Aquella era algo que pronto averiguaría. Cuando lentamente fui dando vuelta a la barrera sin hallar ninguna puerta, ventana u otra interrupción, decidí que el cuerpo debía de encontrarse en el interior. Desde más cerca las facciones del muerto, y la forma en que sus ojos miraban, me parecieron algo inquietantes. Cuando me hallé muy cerca creí reconocerlo como Dwight, un veterano al que nunca había tratado, pero al que había visto en el puesto el año pasado. El cristal que aferraba era ciertamente un ejemplar precioso: el mayor espécimen que jamás hubiera visto. Estaba tan cerca del cuerpo que, de no ser por la barrera, lo hubiera podido tocar, cuando mi tanteante mano izquierda halló un ángulo en la superficie invisible. En un segundo averigüé que se trataba de una abertura de unos noventa centímetros de ancho, que se extendía desde el suelo hasta una altura mayor de la que podía alcanzar. No había puerta, ni ninguna evidencia de señales de bisagras que hablasen de una puerta desaparecida. Sin un solo momento de duda di un paso hacia adelante y avancé otros dos hacia el cuerpo postrado, que yacía formando un ángulo recto con la sala en que había entrado, en lo que parecía ser un corredor sin puerta, que intersectaba con ella. Me produjo una nueva sensación de curiosidad el darme cuenta de que el interior de aquel vasto recinto estaba dividido por paredes.

Inclinándome para examinar el cadáver, descubrí que no tenía herida alguna. Esto no me sorprendió, ya que la presencia del cristal era un argumento en contra de que su muerte se debiera a los reptiles nativos. Buscando alguna posible causa de su fallecimiento, mis ojos cayeron sobre la máscara de oxígeno que se encontraba junto a los pies del cadáver. Eso sí que era significativo. Sin aquel artefacto ningún ser humano podía respirar el aire de Venus durante más de treinta segundos y Dwight, si es que era él, obviamente había perdido el suyo. Probablemente lo había llevado descuidadamente atado, de forma que el peso de los cilindros había soltado las correas, una cosa que no hubiera sucedido con una máscara de esponja Dubois. El medio minuto de tiempo había sido demasiado poco para permitir al hombre recuperar su protección, o quizá el contenido cianógeno de la atmósfera fuera anormalmente alto en el momento en que se produjo el accidente. Tal vez estaba demasiado ocupado admirando el cristal... fuera donde fuese que lo hubiera hallado. Aparentemente acababa de sacarlo de la bolsa de su traje, pues la tapa de la misma estaba desabrochada. Entonces procedí a arrancar el enorme cristal de los dedos del explorador muerto... una tarea que la rigidez del cadáver hacía muy difícil. El esferoide era mayor que el puño de un hombre, y brillaba como si tuviera vida propia a los rojizos rayos del sol que se hallaba en el oeste. Cuando toqué la brillante superficie me estremecí involuntariamente, como si al tomar aquel precioso objeto me hubiera transferido el fatal destino que había caído sobre su anterior propietario. No obstante, mis recelos pronto se desvanecieron, y cuidadosamente introduje el cristal en la bolsa de mi uniforme de cuero. La superstición nunca ha sido uno de mis defectos.

Colocando el casco del hombre sobre su inerte rostro, de ojos muy abiertos, me alcé y salí de nuevo, a través de la invisible puerta, hacia la sala de entrada del gran recinto. Entonces se reavivó mi curiosidad acerca del extraño edificio, y me estrujé el cerebro especulando acerca de su material, origen y propósito. No podía creer ni por un momento que se debiera a la mano del hombre. Nuestras naves habían llegado a Venus hacia solamente setenta y dos años, y los únicos seres humanos del planeta eran los de Terra Nova. Además, el conocimiento humano no incluía ningún sólido perfectamente transparente y no refractante como el que componía aquella construcción. Podía descartarse la idea de que en la prehistoria los humanos hubieran invadido Venus, con lo que uno debía volver a la idea de que se trataba de una construcción nativa. ¿Habría precedido a los hombres4agarto una olvidada raza de seres altamente evolucionados? A pesar de sus ciudades elaboradamente edificadas, parecía difícil el aceptar que aquellos reptiloides hubieran hecho algo así. Debió de haber existido otra raza eones antes, de la que quizá esta fuera la última reliquia. ¿O acaso futuras expediciones hallarían ruinas de un origen similar? El propósito de una tal edificación era algo que se prestaba a cualquier conjetura... pero su extraño material, aparentemente nada práctico, me sugería un uso religioso.

Consciente de mi incapacidad para resolver estos problemas, decidí que lo único que haría seria explorar la construcción invisible. Estaba convencido de que varias salas y corredores se extendían por la aparentemente vacía llanura de barro; y creí que el conocimiento de su disposición podía llevar a algo significativo. Así que, tanteando mi camino a través de la puerta y pasando junto al cadáver, comencé a avanzar a lo largo del corredor hacia aquellas regiones interiores de las que presumiblemente había venido el muerto. Más tarde investigaría la estancia que acababa de abandonar. Tanteando como un ciego, a pesar de la neblinosa luz, me moví lentamente hacia delante. Pronto el corredor giró con brusquedad y comenzó a seguir una espiral hacia el centro en círculos cada vez más cerrados. De vez en cuando mi tacto revelaba un pasadizo sin puerta que intersectaba el que yo seguía, y varias veces encontré intersecciones en las que había dos, tres y cuatro caminos divergentes. En esos casos siempre seguía la ruta más interna, que parecía formar una continuación de la que yo estaba atravesando. Habría mucho tiempo para examinar los ramales cuando hubiera alcanzado las regiones internas y regresado de ellas. Apenas si puedo describir lo extraño de la experiencia... ¡Atravesando los pasadizos invisibles de un edificio que no podía ver, construido por seres desconocidos en un planeta extraño! Al fin, aún tanteando, noté que el corredor finalizaba en un espacio abierto de considerable tamaño. Palpando, averigüé que me encontraba en una cámara circular de unos tres metros de diámetro; y por la posición del cadáver y de ciertos puntos de referencia en el bosque, juzgué que aquella cámara se hallaba en el centro del edificio, o cerca de él. De ella surgían cinco corredores además de aquel por el que había llegado, pero mantuve a este último en mi memoria, tomando una alineación visual del cadáver con un árbol determinado en el horizonte, cuando me encontré en la entrada.

No había nada en esta habitación que la distinguiese; simplemente el omnipresente suelo de barro. Preguntándome si aquella parte del edificio tendría techo, repetí mi experimento, lanzando hacia arriba un puñado de barro, y en seguida averigüé que éste no existía. Si alguna vez lo había habido, debía de haberse desplomado hacía mucho, pues nunca encontré a mis pies ni restos, ni cascotes. Mientras reflexionaba, se me ocurrió que era realmente extraño que aquella estructura, aparentemente tan arcaica, estuviese tan despr6vista de bloques caídos, fisuras en las paredes, y otros atributos normales del paso del tiempo. ¿Qué era? ¿Qué había sido? ¿De qué estaba hecha? ¿ Por qué no se notaban evidencias de que las paredes, vítreas y asombrosamente homogéneas, estuviesen constituidas por bloques separados? ¿Por qué no había señales de puertas, ni interiores ni exteriores? Solo sabía que me encontraba en un edificio circular, sin techo, sin puertas, de alguna extraña, lisa, perfectamente transparente, no reflectante ni refractante sustancia, de un centenar de metros de diámetro, con muchos corredores, y una pequeña sala circular en el centro. Ninguna otra investigación directa podría enseñarme nada más. Entonces observé que el sol se estaba hundiendo en el Oeste; ya era un disco dorado que flotaba en un estanque escarlata y naranja sobre los árboles, difuminados por la niebla, del horizonte. Resultaba claro que tendría que apresurarme si es que deseaba elegir un lugar seco en el que dormir antes de que cayese la noche. Desde hacía mucho, había decidido acampar para pasar la noche en el firme borde de la meseta, cubierto de musgo, cerca de la cresta desde la que había divisado por primera vez el brillante cristal, esperando que mi habitual buena fortuna me salvase del ataque de los hombres-lagarto. Siempre he creído que deberíamos viajar en grupos de dos o más, para que alguien pueda estar de guardia mientras el otro duerme, pero el número relativamente pequeño de ataques nocturnos hace que la Compañía no se preocupe demasiado de ellos. Esos malditos escamosos parecen tener dificultades para ver de noche, a pesar de sus curiosas antorchas fosforescentes.

Habiendo tomado de nuevo el pasadizo por el que había llegado, comencé a regresar a la entrada de la estructura. Las subsiguientes exploraciones podrían esperar al próximo día. Tanteando mi camino lo mejor que pude a través del corredor, con solo una dirección general, mis recuerdos y un vago reconocimiento de algunos de los pocos definidos grupos de matorrales de la llanura como guías, pronto me encontré de nuevo cerca del cadáver. Ahora había una o dos moscas farnoth volando sobre el rostro cubierto por el casco, y supe que comenzaba a descomponerse. Con una fútil repugnancia instintiva alcé mi mano para alejar la vanguardia de los carroñeros... cuando se manifestó una cosa extraña y asombrosa. Una pared invisible que detuvo el movimiento de mi mano me demostró que, a pesar de lo cuidadoso de mi intento de desandar el camino, no había regresado al corredor en el que yacía el cadáver. En cambio, me hallaba en un corredor paralelo pues sin duda había dado alguna vuelta equivocada en los intrincados pasadizos de allá atrás. Esperando encontrar una puerta que diera a la cámara de entrada algo más hacia adelante, continué mi avance, pero de pronto llegué a una pared que cerraba el paso. Así que tenía que regresar a la cámara central e iniciar de nuevo mi camino. No podía saber exactamente dónde me había equivocado. Miré el suelo para ver si por algún milagro habían quedado huellas que me pudiesen guiar, pero en seguida me di cuenta de que el fluido barro solo mantenía dichas huellas durante escasos momentos. No tuve mucha dificultad en encontrar de nuevo mi camino al centro, y una vez allí reflexioné cuidadosamente sobre el camino correcto hacia el exterior. Antes me había ido demasiado hacia la derecha. Esta vez tenía que tomar una desviación mas a la izquierda en alguna parte... aunque el sitio exacto era algo que tendría que decidir por el camino.

Mientras tanteaba de nuevo mi camino, me sentía bastante confiado en que fuera el correcto, y me fui hacia la izquierda en una bifurcación que estaba seguro de recordar. La espiral continuaba y tuve buen cuidado en no perderme por ningún pasadizo que intersectase el que seguía. Sin embargo pronto vi, muy disgustado, que estaba pasando a considerable distancia del cadáver; evidentemente aquel pasadizo llegaba a la pared exterior en un punto mucho más allá del sitio donde se encontraba. En la esperanza de que existiese otra salida en la mitad del muro que aún no había explorado, seguí hacia adelante varios pasos más, pero al fin me encontré de nuevo con una barrera sólida. Resultaba claro que la disposición del edificio era mucho más complicada de lo que había supuesto. Entonces dudé entre regresar de nuevo al centro o intentar seguir alguno de los corredores laterales que se dirigían hacia el cadáver. Si elegía aquella segunda alternativa, corría el riesgo de romper el hilo mental que me indicaba dónde me hallaba; por lo que era mejor que no lo intentase a menos de que pudiera pensar en alguna forma de dejar una huella visible tras de mí. El cómo dejar tal huella era un verdadero problema, y hurgué en mi mente buscando una solución. No parecía llevar nada encima que pudiera dejar una señal en algo, ni ningún material que pudiera desparramar, o dividir en pequeños trozos para ir sembrando a mi paso.

Mi pluma no tenía efecto alguno sobre la pared invisible, y no podía dejar un rastro de mis preciosas tabletas alimenticias. Aunque hubiera estado dispuesto a desprenderme de ellas, no hubiera habido bastantes... y además las pequeñas tabletas se hubieran hundido instantáneamente en el barro, desapareciendo. Busqué en mis bolsillos tratando de hallar algún anticuado bloc de notas, que a menudo se usa de una forma no oficial en Venus a pesar de lo rápidamente que se pudre el papel en la atmósfera del planeta, ya que podría haber roto y sembrado sus páginas, pero no pude encontrar ninguno. Obviamente resultaba imposible romper el delgado pero resistente metal del papiro de notas, ni tampoco mi vestimenta me ofrecía ninguna posibilidad. En la peculiar atmósfera de Venus no podía arriesgarme a desprenderme de mi uniforme de cuero, y se había eliminado toda prenda interior a causa del clima. Traté de manchar con barro las lisas paredes invisibles tras de escurrirlo para dejarlo lo más seco posible, pero me encontré con que se deslizaba hasta el suelo tan rápidamente como los puñados que había usado para averiguar la altura. Finalmente saqué mi machete y traté de hacer una raya en la fantasmagórica superficie... algo que pudiese reconocer con la mano, aunque no ofreciese la ventaja de ser visible desde lejos. No obstante resultó inútil, pues la hoja no causaba la menor impresión en el asombroso material desconocido.

Frustrado en todas mis tentativas de marcar un camino, de nuevo busqué la cámara central con mis recuerdos. Parecía mucho más fácil regresar a aquella habitación que seguir un camino definido y predeterminado que lo alejase a uno de ella, y tuve pocas dificultades en encontrarla de nuevo. Esta vez fui anotando en mi papiro cada giro que daba, dibujando un burdo diagrama hipotético de mi ruta, y señalando todos los corredores divergentes. Naturalmente era un trabajo enloquecedoramente lento, dado que todo tenía que ser determinado por el tacto, y las posibilidades de error eran infinitas; pero creía que a la larga me sería de utilidad. Cuando llegué a la sala central ya estaba avanzado el largo crepúsculo de Venus, pero aún tenía esperanzas de llegar al exterior antes de que oscureciese totalmente. Comparando mi diagrama recién hecho con mis recuerdos previos, creía haber localizado mi primer error, así que de nuevo partí confiado a lo largo del corredor invisible. Me fui más hacia la izquierda aún que en los anteriores intentos, y traté de señalar mis giros en el papiro por si estaba aún equivocado. En la creciente oscuridad podía ver la débil silueta del cadáver, ahora en el centro de una repugnante nube de moscas farnoth. No me cabía duda de que no pasaría mucho tiempo antes de que los sificlighs, que viven en el barro, se acercasen babeando desde la llanura para completar el nauseabundo festín.

Acercándome al cadáver con cierta reluctancia, estaba preparándome a pasar junto a él, cuando una repentina colisión con una pared me demostró que, de nuevo, había equivocado el camino. Ahora me daba cuenta, claramente, de que esta perdido. Lo inextricable del edificio hacía imposible el hallar una solución rápida, y probablemente tendría que hacer un cuidadoso estudio antes de poder esperar salir de él. Sin embargo, aún me sentía ansioso por llegar a un terreno seco antes de que cayera la oscuridad; así que regresé una vez más al centro y comencé una serie desordenada de pruebas coronadas siempre por el fracaso, tomando notas a la luz de mi lámpara eléctrica. Cuando usé este artefacto me fijé con interés en que no producía reflejos, ni el mínimo resplandor, en las paredes transparentes que me rodeaban. No obstante, ya estaba preparado para esto, ya que en ningún momento el sol había producido un destello en el extraño material. Estaba aún tanteando cuando la oscuridad se hizo total. Una densa niebla ocultaba la mayor parte de las estrellas y los planetas, pero la Tierra era claramente visible como un brillante punto verdeazulado hacia el sudeste. Acababa de pasar el punto de oposición, y ahora seria una visión maravillosa de contemplar por un telescopio. Hasta pedía divisar la Luna junto a ella cuando los vapores se hacían momentáneamente menos densos. Ahora era totalmente imposible ver el cadáver, mi único punto de referencia, así que regresé a la cámara central tras algunos giros en falso. Después de todo, tendría que abandonar la esperanza de dormir sobre terreno seco. No podía hacer nada hasta que saliese el sol, y, tal como estaban las cosas, lo mejor sería descansar allí mismo. El acostarse en el barro no sería agradable, pero con mi traje de cuero resultaba factible. En anteriores expediciones había dormido bajo condiciones aún peores, y ahora la misma exhausción me ayudaría a superar mi repugnancia.

Así que aquí estoy, acuclillado en el barro de la sala central y tomando estas notas en mi papiro a la luz de la lámpara eléctrica. Hay algo casi humorístico en mi extraña e inusitada desdicha. Perdido en un edificio sin puertas... ¡un edificio que no puedo ver! Sin duda saldré de él a primera hora de la mañana, y llegaré a Terra Nova con el cristal a última hora de la tarde. Ciertamente es una verdadera belleza... con un sorprendente lustre aún a la débil luz de esta lámpara. Acabo de sacarlo para examinar. A pesar de mi fatiga, el sueño tarda en llegarme, así que sigo escribiendo. Pero debo terminar ahora. No hay muchas posibilidades de que sea molestado por aquellos malditos nativos en este lugar. Lo que menos me gusta es el cadáver... pero, afortunadamente, mi máscara de oxígeno me evita los peores efectos de la podredumbre. Estoy usando los cubos de clorato con mucho tiento. Ahora tomaré un par de tabletas alimenticias y me echaré a dormir. Luego proseguiré.

LUEGO - VI, 13 POR LA TARDE
Ha habido más problemas de los que me imaginaba. Aún sigo en el edificio y tendré que trabajar rápida y cuidadosamente si es que quiero dormir esta noche en terreno seco. Pasó mucho tiempo antes de que lograra dormirme, y no desperté hasta que era casi el mediodía. Tal como estaban las cosas, hubiera dormido aún más si no hubiera sido por el resplandor del sol a través de la niebla. El cadáver constituía una visión repugnante, cubierto de sifíclighs, y con una nube de moscas farnoth a su alrededor. Algo había apartado el casco del rostro, y más valía no mirar lo que había quedado al descubierto. Me sentía doblemente satisfecho por mi máscara de oxígeno, cuando pensaba en la situación. Al fin me alcé y me sacudí el barro, tome un par de tabletas de alimento y coloqué un nuevo cubo de clorato de potasio en el electrolizador de la máscara. Estoy usando esos cubos con parsimonia, pero me gustaría tener una mayor cantidad. Me siento mucho mejor después de haber dormido, y espero salir del edificio dentro de poco. Consultando las notas y dibujos que había hecho, me sentí impresionado por la complejidad de los pasadizos, y por la posibilidad de que hubiera cometido un error fundamental. De las seis aberturas que había en el espacio central, había elegido una determinada tomándola por aquella por la que había entrado usando como guía una línea de visión. Cuando estaba justamente en el interior de la abertura, el cadáver situado a cincuenta metros de distancia se hallaba exactamente alineado con un lepidodendro especial del lejano bosque. Ahora se me ocurrió que este dato podía no ser lo bastante fiable, pues la distancia del cadáver hacía que la diferencia de dirección, con relación al horizonte, fuera relativamente Poca cuando lo miraba desde las aberturas inmediatamente contiguas a la elegida. Además, el árbol no se diferenciaba tanto como hubiera sido de desear de los otros lepidodendros del horizonte.

Efectuando una prueba, me di cuenta, desalentadoramente, de que no podía estar seguro de cuál de las tres aberturas era la correcta. Esta vez estaría seguro. Me di cuenta de que a pesar de que resultaba imposible marcar mi camino, había un señalizador que sí me era posible dejar. Aunque no podía quitarme el traje, podía, a causa de mi espesa mata de cabello, prescindir del caso; y este era lo bastante grande y poco pesado como para permanecer visible sobre el fluido barro. Por consiguiente me quité el objeto, que era prácticamente hemisférico, y lo dejé a la entrada de uno de los corredores: el situado más a la derecha de los tres que debía probar. Seguiría aquel corredor suponiendo que era el correcto repitiendo lo que creía recordar eran los giros exactos, y tomando y consultando constantemente notas. Si no lograba salir, iría eliminando sistemáticamente todas las posibles variaciones; y si esas fallaban, pasaría a cubrir las avenidas que se extendiesen desde la siguiente abertura, de la misma manera; continuando hasta la tercera si ello resultaba necesario. Más pronto o más tarde tendría que dar con el camino correcto a la salida, pero debía mostrarme paciente. Aún en el peor de los casos, era casi imposible que no lograse salir al exterior a tiempo para dormir sobre terreno seco. Los resultados inmediatos fueron bastante desalentadores, aunque me ayudaron a eliminar la abertura de la derecha en poco menos de una hora. Solo una sucesión de callejones sin salida, cada uno de los cuales terminaba a una mayor distancia del cadáver, parecían surgir de aquella abertura; y muy pronto me di cuenta de que no había estado incluida en mis correteos de la tarde anterior. Sin embargo, como antes, siempre encontré relativamente fácil el tantear mi camino de regreso a la cámara central.

Alrededor de la una del mediodía pasé el casco que me servía de señal a la siguiente abertura y comencé a explorar los pasadizos que se abrían tras ella. Al principio creí reconocer los giros, pero pronto me hallé en un grupo de corredores totalmente desconocidos. No podía llegar cerca del cadáver, y esta vez también parecía tener el camino a la cámara central cortado, aunque pensaba haber anotado cada movimiento que había hecho. Debía de haber giros engañosos e intersecciones demasiado sutiles para que lograse reflejarlas en mis burdos diagramas, y comencé a notar una sensación que era parte ira y parte descorazonamiento. Aunque naturalmente con paciencia al fin lograría salir de allí, me di cuenta de que mí búsqueda tendría que ser minuciosa, incansable y extensa. Las dos de la tarde me encontraron aún errando por extraños corredores, palpando constantemente mi camino y mirando alternativamente a mi casco y al cadáver, mientras anotaba datos en el papiro con decreciente confianza. Maldije la estupidez y la curiosidad que me habían atraído a aquel embrollo de paredes invisibles, y reflexioné que si no me hubiera preocupado de aquella cosa y hubiera regresado tan pronto como hube tomado el cristal del cadáver, ahora estaría a salvo en Terra Nova. De pronto se me ocurrió que quizá pudiera abrir un túnel bajo las paredes invisibles con mi machete, y así lograr salir al exterior o a algún corredor que llevase allí. No tenía forma de saber la profundidad de los cimientos del edificio, pero el omnipresente barro era un argumento a favor de la ausencia de cualquier otro suelo que no fuera el mismo terreno. Poniéndome de cara al lejano y cada vez más horrible cadáver, comencé a cavar febrilmente con la ancha y afilada hoja.

Había unos quince centímetros de barro semilíquido, bajo el cual la densidad del suelo se incrementaba muchísimo. Este terreno profundo parecía ser de un color distinto, una arcilla grisosa bastante parecida a la que se hallaba cerca del polo norte de Venus. Mientras continuaba profundizando cerca de la barrera invisible vi que el terreno se estaba haciendo más y más duro. El barro acuoso penetraba en la excavación con la misma rapidez con que yo sacaba la arcilla, pero metía las manos en él y seguía trabajando. Si lograba abrirme un paso bajo la pared, el barro no iba a impedir que me metiese por él. Aún así, a unos noventa centímetros de profundidad la dureza del suelo frenó considerablemente mi excavación. Su resistencia era muy superior a cualquier otra conque me hubiese encontrado antes, aún en este planeta, e iba unida a un peso anormal. Mi machete tenía que astillar y cortar la apretada arcilla, y los fragmentos que sacaba eran como piedras sólidas o trozos de metal. Finalmente hasta este sistema de excavación se hizo imposible, y tuve que cesar mi trabajo sin haber alcanzado el borde inferior de la pared. El intento que había durado una hora larga había sido fútil y dañino, pues había usado una buena parte de mi energía y me obligó a tomar una tableta extra de alimento y a colocar un cubo adicional de clorato en la máscara de oxígeno. También me obligó a cesar en mis exploraciones, pues aún sigo demasiado cansado para caminar. Tras limpiar mis manos y brazos de barro, lo mejor que pude, me senté a escribir estas notas, apoyándome contra la pared invisible y dando la espalda al cadáver. Ese cadáver es ahora, simplemente, una estremecida masa de bichos: el olor ha comenzado a atraer algunos de los viscosos akmans de la lejana jungla. Y me fijo en que muchas de las hierbas efjeh están extendiendo tentáculos necrófagos hacia el cuerpo; pero dudo que ninguno de ellos sea lo bastante largo como para alcanzarlo. Me gustaría que algunos animales realmente carnívoros como los skorah apareciesen, pues quizá captasen mi olor y penetrasen en el edificio en mi búsqueda. Los animales esos tienen un extraño sentido de la orientación. Podría contemplarlos mientras venían, e ir anotando su ruta aproximada si es que no lo hacían en línea continua. Eso me sería de una gran ayuda. Y cuando llegasen ante mí la pistola me libraría de ellos.

Pero no puedo esperar una cosa así. Ahora que he terminado estas notas, descansaré un poco más, y luego tantearé de nuevo. Tan pronto como regrese a la cámara central, lo que debería ser fácil, probaré con la abertura de la izquierda. Quizá pueda salir antes de la noche después de todo,

VI, 13 POR LA NOCHE
Nuevos problemas. Mi escapatoria será tremendamente difícil, pues hay elementos que no habla sospechado. Otra noche en el barro y una lucha ante mí mañana. Descansé muy poco rato y me alcé y tanteé de nuevo hacia las cuatro. Unos quince minutos después llegué a la cámara central y moví mi casco para marcar la última de las tres posibles aberturas. Partiendo de ella, me pareció que el camino me era más familiar, pero al cabo de cinco minutos me detuve en seco ante la vista de algo que me estremeció más de lo que pueda describir. Era un grupo de cuatro o cinco de esos detestables hombres-lagarto que salían del bosque a lo lejos en la llanura. No podía verlos claramente a aquella distancia, pero me pareció que hacían una pausa y se volvían hacia los árboles para gesticular, tras lo que se les unió una docena más. El grupo incrementado comenzó entonces a avanzar directamente hacia el edificio invisible, y mientras se aproximaban los estudié cuidadosamente. Nunca habla visto de cerca a uno de aquellos seres, si no era entre las humeantes sombras de la jungla. El parecido con los reptiles era perceptible, aunque sabía que solo era aparente, ya que esos seres no tienen punto de contacto con la vida terrestre. Cuando se acercaron más me parecieron menos reptiloides: únicamente la cabeza plana y la verdosa y viscosa piel, parecida a la de una rana, daban la idea de ello. Caminaban erectos sobre sus extrañas y gruesas patas, y sus discos de succión producían unos curiosos sonidos en el barro. Eran especímenes normales, de unos dos metros diez de alto, con cuatro largos y delgados tentáculos pectorales. Los movimientos de esos tentáculos, si es que las teorías de Fogg, Ekberg y Janat son correctas, lo que yo antes dudaba pero ahora ya estoy más dispuesto a creer, indicaban que aquellos seres estaban conversando animadamente. Saqué mi pistola lanzallamas y me preparé para una dura lucha. No tenía demasiadas posibilidades, pero el arma me daba una cierta ventaja. Si las cosas aquellas conocían el edificio, entrarían a por mí y de aquella manera me darían la clave de cómo salir tal como los skorahs hubieran hecho. El que me iban a atacar me parecía seguro; pues aunque no podían ver el cristal en mi bolsa, podían adivinar su presencia mediante aquel sentido especial que poseían.

Pero, sorprendentemente, no me atacaron. En lugar de ello se dispersaron y formaron un amplio círculo a mi alrededor... a una distancia que indicaba que se estaban apoyando contra el muro invisible. Allí de pie, formando un anillo, los seres se quedaron mirándome silenciosa e inquisitivamente, moviendo sus tentáculos y a veces haciendo gestos con sus cabezas o sus patas superiores. Al cabo de un rato vi que otros salían del bosque, y avanzaban hasta unirse a la multitud curiosa. Los más cercanos al cadáver lo miraron brevemente, pero no intentaron tocarlo. Era una visión horrible, pero a los hombres-lagarto parecía no importarles. De vez en cuando uno de ellos apartaba con un gesto de sus extremidades o tentáculos las moscas farnoth, o aplastaba un reptante sificligh o akman, o una estirada hierba efjeh con los discos de succión de sus patas traseras. Devolviendo la mirada de aquellos grotescos e inesperados intrusos, y preguntándome inquieto por qué no me atacaban inmediatamente, perdí por el momento todo deseo y hasta la energía física necesaria para continuar mi búsqueda de una salida. En lugar de ello, me apoyé contra la pared invisible del pasadizo en que me encontraba, dejando que mi asombro se transformase gradualmente en una cadena de locas especulaciones. Un centenar de misterios que previamente me habían inquietado parecían, de repente, tomar un nuevo y siniestro significado, y temblé con un miedo agudo, distinto a cualquier otro que hubiera experimentado antes.

Creía saber por qué aquellos seres repulsivos estaban agolpándose expectantes a mi alrededor. Creía también haber descubierto al fin el secreto de la estructura transparente. El tentador cristal que habla encontrado, el cuerpo del hombre que lo había hallado antes que yo... todas esas cosas comenzaron a adquirir un significado tétrico y amenazador. No habla sido una vulgar racha de mala fortuna lo que me había hecho perderme en aquella maraña de corredores transparentes y sin techo. Ni mucho menos. Sin duda alguna, aquel lugar era algo deliberado: un laberinto construido a propósito por aquellos seres infernales cuyas habilidades y mentalidad había infravalorado. Pero, ¿no debería haberlo sospechado antes, conociendo su raro talento arquitectónico? Su propósito estaba bien claro. Era una trampa; una trampa dispuesta para cazar seres humanos, y con el cristal esferoide como cebo. Aquellos seres reptiloides, en su guerra con los ladrones de cristales, habían decidido usar la estrategia, y estaban utilizando nuestra propia codicia contra nosotros mismos. Dwight, si es que aquel cuerpo putrefacto era Dwight, había sido víctima del laberinto. Debía de haber quedado atrapado hacía algún tiempo, y no había logrado hallar la salida. Sin duda la falta de agua lo había enloquecido, y quizá se había quedado también sin cubos de clorato. Probablemente su máscara no se le había perdido accidentalmente; era más probable que se hubiera suicidado. En lugar de enfrentarse con una muerte lenta, había acabado con sus problemas quitándose deliberadamente la máscara y dejando que la atmósfera letal acabase con él en seguida. La horrible ironía de su destino estaba en su situación... a solo unos pasos de la salida salvadora que no había logrado hallar. Un minuto más de búsqueda, y habría estado a salvo. Y ahora yo estaba tan atrapado como él. Atrapado y con aquella manada de curiosos riéndose de mi desgracia. La idea era enloquecedora, y, cuando la tuve se apoderó de mi una repentina oleada de pánico que me hizo echar a correr sin rumlx, por los invisibles corredores. Durante varios minutos fui un demente: tropezando, cayéndome, hiriéndome contra las paredes invisibles, y finalmente desplomándome en el barro como un montón de carne estremecida, dolorida, sangrante y sin consciencia.

La caída me calmó un poco, así que cuando lentamente me puse en pie, pude fijarme en las cosas y razonar. El círculo de mirones estaba agitando sus tentáculos en una forma extraña y regular, que me sugería una burla por su parte, así que les enseñé el puño con ira cuando me puse en pie. Mi gesto pareció incrementar su diversión; y algunos de ellos lo imitaron burdamente con sus verdosas extremidades anteriores. Algo avergonzado, traté de recapacitar y considerar la situación. Después de todo, no estaba tan mal como Dwight. A diferencia de él, sabía cuál era la situación, y hombre prevenido vale por dos. Tenía pruebas de que se podía llegar a una salida, y no repetiría su trágico acto de desesperación. El cadáver... o el esqueleto, que es lo que pronto sería, seguía sirviéndome de guía para hallar la abertura, y una paciencia decidida no dejaría de llevarme hasta ella si trabajaba lo bastante, con inteligencia. Sin embargo, tenía la desventaja de estar rodeado por aquellos demonios reptiloides. Ahora que me daba cuenta de la naturaleza de la trampa, cuyo material invisible indicaba unos conocimientos superiores a cualquier cosa conocida en la Tierra, ya no podía despreciar la mentalidad y recursos de mis enemigos. Aún con mi pistola lanzallamas pasaría un mal rato para alejarme de allí... aunque la audacia y la rapidez me servirían, sin lugar a dudas, para salir del aprieto.

Pero primero tenía que llegar al exterior... a menos que pudiera atraer o provocar a alguno de aquellos seres, para que avanzase hacia mí. Mientras preparaba mi pistola para cualquier posible acción y comprobaba mi abundante suministro de munición, se me ocurrió que podía probar el efecto de la misma sobre las paredes invisibles. ¿Habría estado pasando por alto un método de escape factible? No tenía ni idea de la composición química de la barrera transparente, y tal vez se tratase de algo que una lengua de fuego pudiera cortar sin problemas. Eligiendo una sección que daba hacia el cadáver, descargué cuidadosamente la pistola a bocajarro y tanteé con mi cuchillo allá donde había dado la descarga. Nada había cambiado. Había visto cómo la llama se extendía al tocar la superficie, y me daba cuenta de que mi esperanza había sido vana. Solo una larga y tediosa búsqueda de la salida lograría llevarme al exterior. Así que, tragándome otra tableta alimenticia y colocando otro cubo en el electrolizador de mi máscara, reinicié la larga búsqueda, volviendo sobre mis pasos hacia la cámara central e intentándolo de nuevo. Constantemente consultaba mis notas y dibujos, y tomaba otros nuevos, equivocándome una y otra vez en los giros, pero siguiendo desesperadamente hasta que la luz de la tarde se hizo muy débil. Mientras insistía en mi exploración, miraba de vez en cuando al silencioso círculo de espectadores burlones, y noté un gradual cambio en su composición. De vez en cuando algunos volvían al bosque, mientras que otros llegaban a tomar sus lugares. Cuanto más pensaba en sus tácticas menos me gustaban, pues me daban una idea de los posibles motivos de aquellos seres. En cualquier momento aquellos diablos hubieran podido avanzar y luchar conmigo, pero parecían preferir contemplar mis intentos por escapar. No me cabía más posibilidad que considerar que estaban divirtiéndose con el espectáculo, y esto me hizo temer con mayor fuerza la idea de caer en sus manos. Con la llegada de la oscuridad cesé mi búsqueda, y me senté en el barro para descansar. Ahora estoy escribiendo a la luz de mi lámpara, y pronto intentaré dormir un poco. Espero que mañana lograré salir; pues mi cantimplora está vaciándose, y las tabletas de lacol son un mal sustituto para el agua. Y no me atrevo a intentar sorber la humedad de este barro, pues el agua de los barrizales de esta región es tan solo potable cuando ha sido destilada. Por eso tenemos esas largas conducciones de agua hasta las zonas de arcilla amarilla, y dependemos del agua de lluvia cuando esos diablos sabotean nuestras tuberías. Además, tampoco tengo demasiados cubos de clorato, y debo intentar disminuir mi consumo de oxígeno tanto como pueda. Mi tentativa de abrir un túnel a primera hora de la tarde, y mi loca carrera de después, consumieron una peligrosa cantidad de aire. Mañana reduciré mis esfuerzos físicos al mínimo posible hasta que me halle frente a los reptiles y tenga que luchar con ellos. Necesito una buena cantidad de cubos para el viaje de regreso a Terra Nova. Mis enemigos siguen ahí; puedo ver un círculo de sus poco luminosas antorchas fosforescentes a mi alrededor. Esas luces me producen una sensación de horror que tiende a mantenerme despierto.

VI, 14 POR LA NOCHE
¡Otro día completo de búsqueda y aún no he hallado mi camino al exterior! Comienza a preocuparme el problema del agua, pues acabé con el contenido de mi cantimplora al mediodía. Durante la tarde hubo un aguacero y regresé a la cámara central a buscar el casco que había dejado como señal, para usarlo como recipiente y conseguir un par de vasos de agua. Me bebí la mayor parte de la misma, pero he puesto el poco que quedó en la cantimplora. Las tabletas de lacol sirven bien poco contra la verdadera sed, y espero que vuelva a llover durante la noche. He dejado el casco boca arriba para que recoja el agua que caiga. Y tampoco tengo demasiadas tabletas alimenticias, aunque eso aún no sea un peligro. De todas maneras, de ahora en adelante me pondré a media ración. Lo que realmente me preocupa son los cubos de clorato, pues aún sin ejercicios violentos, el continuo caminar de todo un día consume un número peligroso de los mismos. Me siento débil por mi forzada economía de oxígeno, y por mi sed, que va en constante aumento. Cuando reduzca la comida supongo que aún me sentiré más débil.

Hay algo maldito, algo extraño, en este laberinto. Podría jurar que había eliminado ciertos giros con mis dibujos, y sin embargo cada nuevo intento va en contra de algún supuesto que creía comprobado. Nunca antes me había dado cuenta de lo perdidos que estamos sin referencias visuales. Un hombre ciego quizá lo hiciese mejor que yo... pero para la mayoría de nosotros la vista es el principal de nuestros sentidos. El efecto de todos esos recorridos inútiles es causarme un profundo desaliento. Puedo comprender cómo debió de sentirse el pobre Dwight. Su cadáver es ahora tan solo un esqueleto, y los sificlighs y moscas farnoth ya han desaparecido. Las hierbas efjen están haciendo pedazos el uniforme de cuero, pues eran más largas y crecen más rápido de lo que me imaginaba. Y durante todo el tiempo, esos espectadores cambiantes permanecen agitando sus tentáculos alrededor de la barrera, riéndose de mí y disfrutando de mi desgracia. Un día más y enloqueceré, si es que no me desplomo muerto de agotamiento. Mas no me queda Otra solución que perseverar. Dwight habría salido si hubiera seguido caminando un minuto más. Y es posible que alguien de Terra Nova venga a buscarme antes de que pase mucho más tiempo, aunque éste sea solamente mi tercer día de ausencia. Me duelen horriblemente los músculos, y no parezco descansar en absoluto cuando me acuesto en este repugnante barro. La pasada noche, a pesar de mi terrible fatiga, dormí sobresaltado, y esta noche temo que no lo haga mejor. Vivo en una continua pesadilla: pasando del sueño a la vigilia, y sin embargo sin estar verdaderamente despierto o dormido. Me tiembla la mano, ya no puedo seguir escribiendo. Ese círculo de tenues antorchas fosforecentes es repugnante.

VI, 15 A ULTIMA HORA DE LA TARDE
¡Adelanto considerablemente! Las cosas tienen buen aspecto. Estoy muy agotado y no dormí mucho antes de que saliera el sol. Entonces, dormité hasta el mediodía, aunque sin lograr descansar totalmente. No ha llovido, y la sed me debilita mucho. Comí una tableta alimenticia extra para mantenerme en marcha, pero sin agua no me ha servido demasiado. Me atreví a intentar beber algo del agua del barro en una ocasión, pero me produjo violentos vómitos y aún me dejó más sediento que antes. Debo conservar los cubos de clorato, así que casi me estoy sofocando por la falta de oxígeno. No puedo caminar la mayor parte de tiempo, pero consigo arrastrarme por el barro. Hacia las dos de la tarde creí reconocer algunos de los pasadizos, y me acerqué mucho al cadáver, o esqueleto, de lo que habla hecho en mis intentos del primer día. En una ocasión llegué a un callejón sin salida, pero volví al camino principal con ayuda de mi mapa y notas. El problema de más anotaciones es que hay demasiadas. Deben llenar un metro del papiro, y debo detenerme durante largos ratos para descifrarlas. No consigo concentrarme a causa de la sed, la sofocación y el agotamiento, y no logro comprender lo que he escrito. Esos malditos seres verdes siguen mirándome y riéndose con sus tentáculos, y a veces gesticulan de una forma que me hace creer que se están contando alguna terrible broma que no logro comprender. Fue hacia las tres de la tarde cuando realmente hallé una buena pista. Había un portal que, según mis notas, no había atravesado antes; y cuando lo hice vi que pedía arrastrarme dando un rodeo hacia el esqueleto envuelto por las hierbas. El camino era una especie de espiral, muy similar a aquella por la que había llegado inicialmente a la cámara central. Cuando llegaba a una puerta lateral o a una intersección, seguía el camino que más parecía repetir el recorrido original. Mientras me acercaba, en círculos, más y más a mi repugnante punto de referencia, los espectadores del exterior intensificaban sus crípticas gesticulaciones y su irónica risa silenciosa. Evidentemente veían algo macabramente divertido en mi avance... dándose cuenta, sin lugar a dudas, de lo inerme que estaré en cualquier lucha con ellos. Dejé que se rieran; pues aunque me daba cuenta de mi tremenda debilidad, contaba con la pistola lanzallamas y con sus numerosos cargadores extra para abrirme paso entre la vil falange de reptiles.

Ahora mi esperanza estaba en alza, pero no intenté ponerme en pie. Era mejor seguir reptando, y guardar mis fuerzas para el cercano encuentro con los hombres-lagarto. Mi avance era muy lento, y el peligro de perderme en algún camino sin salida muy grande, pero, de todas formas, parecía ir siguiendo una curva que decididamente me llevaba hacia mi meta ósea. La perspectiva me daba nuevas fuerzas, y durante un tiempo dejé de preocuparme del dolor, la sed, y mi escasa cantidad de cubos. Las criaturas se estaban agrupando todas alrededor de la entrada: haciendo gestos, saltando y riendo con sus tentáculos. Pronto, reflexioné, debería enfrentarme con aquella horda... y quizá con los refuerzos que recibiesen del bosque. Estoy ya tan solo a unos metros del esqueleto, y me detengo a tomar estas notas antes de salir y atravesar esa molesta banda de seres. Confío en que con mis últimas energías podré ponerlos en fuga a pesar de su número, pues el radio de acción de esta pistola es tremendo. Entonces acamparé en el musgo seco del borde de la meseta, y por la mañana viajaré cansadamente por la jungla hacia Terra Nova. Me alegrará volver a ver de nuevo hombres vivos y los edificios de la raza humana. Los dientes de esa calavera brillan y sonríen de una forma horrible.

VI, 15 YA CASI DE NOCHE.
¡Horror y desesperación, me equivoqué de nuevo! Tras tomar las anteriores notas me aproximé aún más al esqueleto, pero repentinamente encontré una pared que se interponía. De nuevo había sido engañado, y aparentemente volvía a estar en la misma situación que tres días antes, durante mi primer fútil intento de salir del laberinto. No sé si grité o no... quizá estuviera demasiado débil para producir un solo sonido. Simplemente, me quedé anonadado en el barro durante un largo período, mientras las cosas verdosas del exterior saltaban y reían y gesticulaban. Al cabo de un tiempo recuperé totalmente el conocimiento... Mi sed, debilidad y sofocación estaban acabando conmigo rápidamente, y con mis últimas fuerzas coloqué un nuevo cubo en el electroliza...... sin pensarlo, y sin considerar mis necesidades para el viaje de vuelta a Terra Nova. El oxígeno así obtenido me revivió ligeramente, y me permitió contemplar los alrededores con más atención. Parecía como si estuviera un poco más lejos del pobre Dwight de lo que me había hallado en mi primer desengaño, y me pregunté embotadamente si podría hallarme en otro corredor algo más remoto. Con esta débil esperanza me arrastré laboriosamente hacia adelante, pero al cabo de algunos metros encontré una pared como en la anterior ocasión. Así que aquello era el fin. Tres días no me habían llevado a ninguna parte y mis fuerzas han desaparecido. Pronto enloqueceré de sed, y ya no tengo bastantes cubos como para regresar. Me pregunté débilmente por qué aquellos seres de pesadilla se habían agrupado de tal forma junto a la entrada, para burlarse de mi. Probablemente era parte de su trampa: el hacerme creer que estaba aproximándome a una salida que sabían que no existía. Sé que no duraré mucho, aunque estoy resuelto a no acelerar mi fin como hizo Dwight. Su cráneo sonriente está vuelto hacia mí, movido por los tanteos de una de las hierbas efjeh que están devorando su traje de cuero. La fantasmal mirada de esas cuencas vacías es peor que la de esos horrores reptiloides. Da un ominoso significado a esa sonrisa muerta. Me quedaré muy quieto sobre el barro para recuperar mis fuerzas en lo posible. Estas notas, que espero lleguen a poder de los que vengan tras de mí, y les sirvan de aviso, estarán pronto terminadas. Cuando acabe de escribir, descansaré un largo rato. Entonces, cuando sea demasiado oscuro y esos seres no puedan verme, utilizaré mis últimas reservas de energía para intentar lanzar el papiro sobre la pared y el corredor que me separa de ella hacia la llanura exterior Tendré buen cuidado de apuntar hacia la izquierda, donde no caiga entre el grupo de burlones espectadores. Quizá se pierda para siempre entre el barro... pero quizá caiga en algún matorral y llegue al fin a manos humanas.

Si al final es leído, espero que sirva para algo más que para simplemente advertir a otros hombres de esta trampa. Espero que sirva para enseñarle a nuestra raza que debe dejar esos brillantes cristales donde están. Pertenecen a Venus. Nuestro planeta realmente no los necesita, y creo que hemos violado alguna ley oscura y misteriosa, alguna ley profundamente oculta en los arcanos del cosmos, en nuestras tentativas de apoderarnos de ellos. ¿Quién puede decir qué oscuras, potentes y extensas fuerzas empujan a esos seres reptilescos que guardan su tesoro en forma tan extraña? Dwight y yo ya hemos pagado nuestra culpa, como otros lo han hecho antes y otros los harán después. Aunque quizá esas pocas muertes sean únicamente un preludio de unos horrores más grandes que aún están por venir. Dejemos a Venus lo que es de Venus. Ya estoy muy próximo a la muerte, y temo no ser capaz de poder lanzar el papiro cuando llegue la noche. Si no puedo hacerlo> supongo que los hombres-lagarto se apoderarán de él, pues probablemente se dan cuenta de lo que es. No querrán que nadie tenga un previo aviso acerca del laberinto... y no sabrán que mi mensaje contiene una suplica a su favor. A medida que se aproxima mi fin me siento más predispuesto a favor de esos seres. ¿Quién puede decir, en la escala de las entidades cósmicas, qué especie se encuentra más alta, o se aproximan más a la norma orgánica de los espacios... si la suya o la mía?

Acabo de sacar el gran cristal de mi bolsa para mirarlo durante mis últimos instantes. Brilla fiera y amenazadoramente a los rojizos rayos de la puesta del sol. La horda se ha dado cuenta de ello y sus gestos han cambiado en una forma que no pued6 comprender. Me pregunto por qué permanecerán agrupados alrededor de la entrada en lugar de concentrarse en un punto más cercano de la pared transparente. Estoy perdiendo el sentido y ya no puedo escribir mucho más. Las cosas giran a mi alrededor, y no obstante, no acabo de perder el conocimiento. ¿Podré lanzar el papiro sobre la pared? El cristal brilla mucho, y eso que cada vez oscurece más. Oscuro. Muy débil. Siguen riendo y saltando alrededor de la puerta, y han encendido esas infernales antorchas fosforescentes. ¿ Se están yendo? Creí oír un sonido una luz en el cielo...

INFORME DE WESTLEY P. MILLER, DIRECTOR DEL GRUPO A COMPAÑIA CRISTAL DE VENUS (TERRA NOVA EN VENUS - VI, 16)
Nuestro empleado A49, Kenton 1. Stanfield, domiciliado en 5317 Marshall Street, Richmond, Estados Unidos, salió de Terra Nova a primera hora del VI, 12, para un corto viaje guiado por un detector. Debiendo regresar el 13 o el 14, no había aparecido a la tarde del 15, por lo que el avión de observación FR-58 con cinco hombres a mi mando partió a las ocho de la tarde para seguir su ruta con el detector. La aguja no señalaba ningún cambio respecto a lecturas anteriores. Seguimos la aguja hasta la Meseta Eryciniana, manteniendo en funcionamiento durante todo el camino nuestros potentes reflectores. Nuestros lanzallamas de triple potencia y cilindros de radiación D hubieran podido dispersar cualquier fuerza ordinaria de nativos hostiles, o cualquier manada peligrosa de skorahs carnívoros. Cuando estuvimos en la llanura abierta de Eriyx vimos un grupo de luces en movimiento que sabíamos que eran antorchas fosforescentes nativas. Al aproximarnos, se dispersaron por el bosque. Probablemente eran de setenta y cinco a cien. El detector indicaba que había un cristal en el punto del que provenían. Planeando a baja altura sobre aquel punto, nuestras luces descubrieron objetos en el suelo. Un esqueleto cubierto por hierbas efjeh, y un cuerpo a unos tres metros del mismo. M hacer descender el avión cerca de los cuerpos, la punta del ala chocó contra un obstáculo invisible.

Acercándonos a los cuerpos a pie, nos topamos con una lisa barrera invisible que nos asombró tremendamente. Tanteando cerca del esqueleto hallamos una abertura, tras la cual habla un espacio con otro orificio que daba al esqueleto. Este, aunque había sido despojado de su ropa por las hierbas, tenía junto a él uno de los cascos numerados de la Compañía, Era el empleado B-9, Frederick N. Dwight, del grupo Koenig, que había partido hacía dos meses de Terra Nova en un viaje largo. Entre este esqueleto y el cadáver aún indemne parecía haber otra pared, pero pudimos identificar fácilmente al segundo hombre como Stanfield. Tenía un papiro de notas en su mano izquierda y una pluma en la derecha, y parecía haber estado escribiendo cuando murió. No se vela ningún cristal, pero el detector indicaba la existencia de un enorme espécimen cerca del cadáver de Stanfield. Tuvimos grandes dificultades para llegar hasta éste, pero finalmente lo logramos. El cadáver estaba aún caliente, y junto a él se hallaba un gran cristal, cubierto por el poco profundo barro. Inmediatamente estudiamos su papiro y nos preparamos a dar ciertos pasos siguiendo los datos contenidos en él. Las anotaciones del papiro forman la larga narración que precede a este informe; una narración que hemos verificado en sus puntos esenciales, y que adjuntamos como explicación de lo que hallamos. Las partes finales del relato muestran el deterioro de su mente, pero no hay razón para dudar de su parte principal. Stanfield obviamente falleció por una combinación de su sed, sofocación, tensión cardíaca y depresión psicológica. Tenía colocada la máscara y esta estaba generando oxígeno normalmente, a pesar de su escasa reserva de cubos.

Teniendo dañado nuestro aparato, enviamos un mensaje por radio reclamando la presencia de Anderson con el avión de reparaciones FG-7, con un equipo de demoliciones y material para las mismas. Hacia la mañana el FR-58 ya había sido reparado, y regresó al mando de Anderson llevando los dos cadáveres y el cristal. Enterraremos a Dwight y Stanfield en el cementerio de la Compañía, y enviaremos el cristal a Chicago en el siguiente navío que se dirija a la Tierra. Luego, adoptaremos la sugerencia de Stanfield... la más cuerda contenida al principio del informe, cuando aún estaba sano, y traeremos las suficientes tropas como para acabar con los nativos. Con el campo libre, no habrá límites en la cantidad de cristales que podamos obtener. Por la tarde estudiamos con mucho cuidado el edificio o trampa invisible, explorándolo con la ayuda de largas cuerdas de guía, y preparando un mapa completo para nuestros archivos. Nos sentimos muy impresionados por el diseño, y conservamos especímenes de la sustancia para someterlos a análisis químicos. Estos conocimientos nos serán útiles cuando invadamos las ciudades nativas. Nuestras brocas de diamante tipo C lograron perforar el material, y el equipo de demoliciones está ahora dinamitando el edificio para volarlo hasta los cimientos. No quedará nada cuando hayan acabado. Este edificio es una verdadera amenaza para el tráfico aéreo y de otros tipos.

Al contemplar el plan del laberinto uno se siente impresionado no solo por la ironía del fin de Dwight, sino también por el de Stanfield. Cuando intentamos llegar hasta el segundo cadáver desde el esqueleto, no pudimos hallar acceso hacia la derecha, pero Marheim encontró una puerta desde el primer espacio interior a unos cuatro metros y medio más allá de Dwight y a un metro y medio de Stanfield. Tras ella había un largo corredor que no exploramos hasta más tarde, pero en su lado derecho había otra puerta que llevaba directamente al cadáver. Stanfield podría haber alcanzado la salida exterior caminando unos seis o siete metros si hubiera hallado la abertura que estaba directamente tras él... una abertura de la que no se dio cuenta a causa de su cansancio y desesperación.